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Santería afrocubana en Alemania

¿Qué es la Santería y cómo ha llegado a Alemania? ¿Quiénes y cómo la practican aquí? Una antropóloga y 3 sacerdotes de esta religión responden.

Thomas Altmann reside en Hamburgo, al norte de Alemania. Fue bautizado y educado en la religión cristiana, pero se distanció de la Iglesia a los 20. Ya era baterista cuando incursionó en la percusión a los 25, se interesó por la tradición musical afrocubana y se trazó una meta: tocar batá, una familia de tambores consagrados para el “toque” ritual en la “Santería”.

„Como no quería servirme de ese arte sin conocer algo de sus orígenes, o confundir el material por diversión, me fui familiarizando y de ese modo acercando cada vez más a la religión, hasta que finalmente se convirtió en parte de mi visión del mundo y mi manera de vivir ”, explicó el músico alemán de 55 años a Deutsche Welle.

En la Santería se halla la herencia de diversos grupos étnicos, llegados como esclavos a Cuba desde la región sur-occidental del Sahara (actual Nigeria), de cultura y lengua predominantemente yoruba. De ahí que se le conozca también como “religión yoruba”, o “lucumí” (por el saludo oluku mi, “amigo mío” en lengua yoruba).

Las reglas “de ocha”, “de ifá” (u “ocha-ifá”) nombran los complejos sistemas de mitos y deidades (orichas), ceremonias, jerarquías de creyentes y sacerdotes o códigos éticos que la caracterizan. Como el “Candomblé”, su similar brasileño, la Santería camufló a los orichas con santos católicos de atributos similares, para sobrevivir a la persecución colonial, y se extendió a otras regiones del Caribe y Norteamérica.

“Santeros”… ¿alemanes?

En este siglo, “la Santería afrocubana ha comenzado a asentarse en Alemania”, aseguró a DW Lioba Rossbach de Olmos, antropóloga de la Universidad de Maburgo, especializada en Afroamérica. Y no se trata sólo de la filiación pública de célebres personajes como Frank Castorf, director de la compañía berlinesa de teatro Volksbühne am Rosa-Luxemburg-Platz, que insiste en el “potencial revolucionario” de esta „otra manera de pensar“.

“Esta religión se ha extendido por todo el mundo. Somos unos 40 millones de creyentes”, afirmó desde Wiesbaden Faomà Fatunmbi, sacerdote alemán iniciado en la “regla de ifá” en Cuba y miembro de Asociación Cultural Yoruba de la isla, quien prefiere su nombre religioso al original. En España, Italia, Francia, Holanda, entre otros países europeos, crecen también las cifras de “santeros”.

Entre los creyentes “comunes y corrientes” se juntan, por supuesto, cubanos, otros latinoamericanos y africanos residentes en suelo germano. Pero igualmente la filiación de alemanes crece y su perfil se diversifica. “Tengo la impresión de que tenemos por un lado un tipo de santero estricto, ‘protestante‘, esencialmente en el norte de Alemania, y uno más distendido en el sur“, dijo Rossbach a DW.

„Caminos“ hacia Alemania

Especialmente Berlín, pero también Múnich, Hamburgo, Maguncia o Wiesbaden, concentran gran parte de los sacerdotes y “creyentes no iniciados” en Alemania, aseguró Rossbach. Antes que del reciente auge de parejas binacionales o del turismo hacia la isla, la Santería parece una herencia de trabajadores y estudiantes cubanos llegados a la Alemania socialista en los años 70,  por obra de un convenio entre ambos Estados.

„Yo he podido encontrar cubanos de esos tiempos, que dijeron haber practicado la religión entonces, en pequeña escala y bajo las condiciones de la RDA“, relata Rossbach. Otros, como Thomas Altmann, llegaron a la religión a través de diversas expresiones de la cultura cubana: secuencias de percusión del Latin Jazz y la Salsa, personajes y ambientes de la literatura o el cine.

Un “atractivo” especial es para muchos la “orientación al presente y al individuo” en esta religión, estima la antropóloga germana. La Santería no promete la absolución de pecados o una vida mejor tras la muerte. En ella se honra a muertos y antepasados, pero se busca apoyo y protección frente a problemas cotidianos (salud, trabajo, dinero, amor), en el “camino” previsto por los orichas para ser transitado por cada persona.

Celebraciones y „ofrendas“

Los orichas se asocian con elementos naturales, objetos, alimentos, cantos, ritmos musicales y atributos humanos que se reflejan en aquellos que se consideran sus “hijos” y pueden ser iniciados como tales. Así, una hija de Yemayá será probablemente maternal y al mismo tiempo  brava e incontenible como el mar. Uno de Changó gustará del baile y será preferido en las fiestas, especialmente por las mujeres.

Los rituales religiosos menos complejos pueden realizarse sin grandes esfuerzos en tierra germana: aniversarios de iniciación como sacerdote (“cumpleaños de santo”); ritos cotidianos de adoración a los orichas con “ofrendas” de alimentos, bebidas y flores; así como “registros” o consultas a las deidades a través de oráculos de caracoles, cocos, o un sistema de textos y fórmulas para la adivinación Ifá – declarado por la UNESCO “Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”.

Velas, frutas, ron, tabaco e incluso aceite de palma pueden conseguirse, en últimas, en tiendas étnicas africanas. “Otras ceremonias mayores, como toques de tambor o bembés, del modo en que se celebran en Cuba, chocarían aquí con incomprensiones, pues probablemente los vecinos alemanes lo considerarían más bien una perturbación sonora”, aclara Rossbach.

¿Sacrificios de animales?

En invierno, el clima dificulta la celebración de ceremonias al aire libre. Algunas plantas, empleadas para baños rituales de „limpieza“, no se encuentran en la flora de la región y deben traerse desde Cuba, comentó el sacerdote cubano Jorge D. Espichicoque (Pichy). Pero el problema fundamental lo representan los sacrificios de animales, necesarios por ejemplo para las iniciaciones de sacerdotes de “ocha” (olorichas o “santeros”) o “ifá” (babalaos).

“Los sacrificios están prohibidos en Alemania, en primer lugar por la ley de protección de animales, con rango constitucional desde 2002; pero también chocan con el concepto de higiene vigente”, explicó la antropóloga germana. De ahí que tales ceremonias no se realicen en Europa sino en Cuba o África, donde son aceptadas por la cultura y la legislación. En ello coinciden sacerdotes germanos y cubanos.

Sin templos, pero con asociación registrada

Es difícil indicar una cifra de creyentes o practicantes en Alemania. Rossbach estima unos 3.000 a 5.000, pero advierte también que se trata de una religión sin templos o membresía institucionalizada, que se practica en las casas de sacerdotes y creyentes.

Un esfuerzo organizativo y legitimador puede verse en la constitución de la asociación alemana de sacerdotes Ifa Orisha Deutschland e.V., con registro legal y presencia web. Faomà Fatunmbi, consultor de ventas de profesión , pertenece a los fundadores y preside además una Comisión para la Lectura de la “Letra del Año” de Alemania, con pronósticos y recomendaciones de interés social y personal (que creyentes o interesados pueden leer en internet).

En la Asociación, aclara Fatumbi, “tenemos una relación distendida, tratamos de no imponer dogmas o forzar a nuestros afiliados, ni siquiera existe una cuota de afiliado”. Thomas Altmann no desea afiliarse, pero considera que una institución como esta podría y debería contribuir a esclarecer sobre su religión, “a que se vea como es y no cargada de asociaciones negativas”.

¿Afrocubano-germana?

Entre los creyentes germanos, y no sólo entre estos y los cubanos residentes acá, existen debates religiosos también vigentes en Cuba. La vuelta a raíces menos sincréticas (“re-africanización”), la iniciación de mujeres como sacerdotizas en la “regla de ifá” (reservada en la isla mayormente a la iniciación masculina), o la conciliación de la religión con el modo de vida germano, son sólo algunos ejemplos.

Aunque esté en el polo norte, voy a ser siempre cubano y siempre babalao. Yo respeto todas las religiones y espero que todas también me respeten a mí” – esta es una regla básica para Pichy, babalao y músico, residente en Berlín hace casi 20 años. Bajo ese espíritu colaboran en ceremonias de Santería y Candomblé, en las instalaciones de Forum Brasil, una especie de “centro ecuménico afroamericano” en la capital germana, un sacerdote cubano y uno brasileño.

„Yo realmente trato de integrar esta religión en mi vida aquí, trato de darle el valor que le corresponde”, dice Thomas Altmann. Este “santero” recopiló 275 textos, melodías y claves de “Cantos Lucumí a los Orichas” en un libro publicado en 1998. Actualmente, en su casa en Hamburgo, pone un poco de orden y lógica germanas a materiales clave para su práctica religiosa, “pues los documentos que existen en español están muy desorganizados para mí y me cuesta trabajar con ellos“, confesó a DW.

Pluralidad religiosa

Creyentes católicos, protestantes y quienes no se adhieren a ninguna confesión religiosa representan actualmente grupos mayoritarios (de alrededor del 30% respectivamente) en Alemania. Junto a las confesiones cristianas predominantes aparece un número menor aunque significativo de musulmanes (un 3%), así como otras iglesias y comunidades cristianas ortodoxas u orientales, comunidades judías, hinduistas y budistas.

En un grupo plural, asistemático y menos institucionalizado sitúa el Servicio de Medios e Información de Ciencias de la Religión (REMID) a “nuevas religiones”, “nuevos movimientos religiosos” y “corrientes esotéricas”. Pero los nativos y emigrados que practican la Santería en Alemania no han sido reconocidos hasta hoy como comunidad religiosa.

Autor: Rosa Muñoz Lima/Editor: Emilia Rojas-Sasse

DW Español, 3 mar 2010

Gendercide – the war on baby girls

Mar 4th 2010 | From The Economist print edition

Killed, aborted or neglected, at least 100m girls have disappeared—and the number is rising

IMAGINE you are one half of a young couple expecting your first child in a fast-growing, poor country. You are part of the new middle class; your income is rising; you want a small family. But traditional mores hold sway around you, most important in the preference for sons over daughters. Perhaps hard physical labour is still needed for the family to make its living. Perhaps only sons may inherit land. Perhaps a daughter is deemed to join another family on marriage and you want someone to care for you when you are old. Perhaps she needs a dowry.

Now imagine that you have had an ultrasound scan; it costs $12, but you can afford that. The scan says the unborn child is a girl. You yourself would prefer a boy; the rest of your family clamours for one. You would never dream of killing a baby daughter, as they do out in the villages. But an abortion seems different. What do you do?

For millions of couples, the answer is: abort the daughter, try for a son. In China and northern India more than 120 boys are being born for every 100 girls. Nature dictates that slightly more males are born than females to offset boys’ greater susceptibility to infant disease. But nothing on this scale.

For those who oppose abortion, this is mass murder. For those such as this newspaper, who think abortion should be “safe, legal and rare” (to use Bill Clinton’s phrase), a lot depends on the circumstances, but the cumulative consequence for societies of such individual actions is catastrophic. China alone stands to have as many unmarried young men—“bare branches”, as they are known—as the entire population of young men in America. In any country rootless young males spell trouble; in Asian societies, where marriage and children are the recognised routes into society, single men are almost like outlaws. Crime rates, bride trafficking, sexual violence, even female suicide rates are all rising and will rise further as the lopsided generations reach their maturity (see article).

It is no exaggeration to call this gendercide. Women are missing in their millions—aborted, killed, neglected to death. In 1990 an Indian economist, Amartya Sen, put the number at 100m; the toll is higher now. The crumb of comfort is that countries can mitigate the hurt, and that one, South Korea, has shown the worst can be avoided. Others need to learn from it if they are to stop the carnage.

The dearth and death of little sisters

Most people know China and northern India have unnaturally large numbers of boys. But few appreciate how bad the problem is, or that it is rising. In China the imbalance between the sexes was 108 boys to 100 girls for the generation born in the late 1980s; for the generation of the early 2000s, it was 124 to 100. In some Chinese provinces the ratio is an unprecedented 130 to 100. The destruction is worst in China but has spread far beyond. Other East Asian countries, including Taiwan and Singapore, former communist states in the western Balkans and the Caucasus, and even sections of America’s population (Chinese- and Japanese-Americans, for example): all these have distorted sex ratios. Gendercide exists on almost every continent. It affects rich and poor; educated and illiterate; Hindu, Muslim, Confucian and Christian alike.

Wealth does not stop it. Taiwan and Singapore have open, rich economies. Within China and India the areas with the worst sex ratios are the richest, best-educated ones. And China’s one-child policy can only be part of the problem, given that so many other countries are affected.

In fact the destruction of baby girls is a product of three forces: the ancient preference for sons; a modern desire for smaller families; and ultrasound scanning and other technologies that identify the sex of a fetus. In societies where four or six children were common, a boy would almost certainly come along eventually; son preference did not need to exist at the expense of daughters. But now couples want two children—or, as in China, are allowed only one—they will sacrifice unborn daughters to their pursuit of a son. That is why sex ratios are most distorted in the modern, open parts of China and India. It is also why ratios are more skewed after the first child: parents may accept a daughter first time round but will do anything to ensure their next—and probably last—child is a boy. The boy-girl ratio is above 200 for a third child in some places.

How to stop half the sky crashing down

Baby girls are thus victims of a malign combination of ancient prejudice and modern preferences for small families. Only one country has managed to change this pattern. In the 1990s South Korea had a sex ratio almost as skewed as China’s. Now, it is heading towards normality. It has achieved this not deliberately, but because the culture changed. Female education, anti-discrimination suits and equal-rights rulings made son preference seem old-fashioned and unnecessary. The forces of modernity first exacerbated prejudice—then overwhelmed it.

But this happened when South Korea was rich. If China or India—with incomes one-quarter and one-tenth Korea’s levels—wait until they are as wealthy, many generations will pass. To speed up change, they need to take actions that are in their own interests anyway. Most obviously China should scrap the one-child policy. The country’s leaders will resist this because they fear population growth; they also dismiss Western concerns about human rights. But the one-child limit is no longer needed to reduce fertility (if it ever was: other East Asian countries reduced the pressure on the population as much as China). And it massively distorts the country’s sex ratio, with devastating results. President Hu Jintao says that creating “a harmonious society” is his guiding principle; it cannot be achieved while a policy so profoundly perverts family life.

And all countries need to raise the value of girls. They should encourage female education; abolish laws and customs that prevent daughters inheriting property; make examples of hospitals and clinics with impossible sex ratios; get women engaged in public life—using everything from television newsreaders to women traffic police. Mao Zedong said “women hold up half the sky.” The world needs to do more to prevent a gendercide that will have the sky crashing down.

Uma nova igualdade depois da crise

Stock Market Diagram

Por Eric Hobsbawm -  24 Fev 2010

O “Século Breve”, o 20, foi um período marcado por um conflito religioso entre ideologias laicas. Por razões mais históricas do que lógicas, ele foi dominado pela contraposição de dois modelos econômicos – e apenas dois modelos exclusivos entre si – o “Socialismo”, identificado com economias de planejamento central de tipo soviético, e o “Capitalismo”, que cobria todo o resto.

Essa contraposição aparentemente fundamental entre um sistema que ambiciona tirar do meio do caminho as empresas privadas interessadas nos lucros (o mercado, por exemplo) e um que pretendia libertar o mercado de toda restrição oficial ou de outro tipo nunca foi realista. Todas as economias modernas devem combinar público e privado de vários modos e em vários graus, e de fato fazem isso. Ambas as tentativas de viver à altura da lógica totalmente binária dessas definições de “capitalismo” e “socialismo” faliram. As economias de tipo soviético e as organizações e gestões estatais sobreviveram aos anos 80. O “fundamentalismo de mercado” anglo-americano quebrou em 2008, no momento do seu apogeu. O Século 21 deverá reconsiderar, portanto, os seus próprios problemas em termos muito mais realistas.

Como tudo isso influi sobre países que no passado eram devotados ao modelo “socialista”? Sob o socialismo, haviam reencontrado a impossibilidade de reformar os seus sistemas administrativos de planejamento estatal, mesmo que os seus técnicos e os seus economistas estivessem plenamente conscientes das suas principais carências. Os sistemas – não competitivos em nível internacional – foram capazes de sobreviver até que pudessem continuar completamente isolados do resto da economia mundial.

Esse isolamento, porém, não pôde ser mantido no tempo, e, quando o socialismo foi abandonado – seja em seguida à queda dos regimes políticos como na Europa, seja pelo próprio regime, como na China ou no Vietnã – estes, sem nenhum pré-aviso, se encontraram imersos naquela que para muitos pareceu ser a única alternativa disponível: o capitalismo globalizado, na sua forma então predominante de capitalismo de livre mercado.

As consequências diretas na Europa foram catastróficas. Os países da ex-União Soviética ainda não superaram as suas repercussões. A China, para sua sorte, escolheu um modelo capitalista diferente do neoliberalismo anglo-americano, preferindo o modelo muito mais dirigista das “economias tigres” ou de assalto da Ásia oriental, mas abriu caminho para o seu “gigantesco salto econômico para frente” com muito pouca preocupação e consideração pelas implicações sociais e humanas.

Esse período está quase às nossas costas, assim como o predomínio global do liberalismo econômico extremo de matriz anglo-americana, mesmo que não saibamos ainda quais mudanças a crise econômica mundial em curso implicará – a mais grave desde os anos 30 –, quando os impressionantes acontecimentos dos últimos dois anos conseguirão se superar. Uma coisa, porém, é desde já muito clara: está em curso uma alternância de enormes proporções das velhas economias do Atlântico Norte ao Sul do planeta e principalmente à Ásia oriental.

Nessas circunstâncias, os ex-Estados soviéticos (incluindo aqueles ainda governados por partidos comunistas) estão tendo que enfrentar problemas e perspectivas muito diferentes. Excluindo de partida as divergências de alinhamento político, direi apenas que a maior parte deles continua relativamente frágil. Na Europa, alguns estão assimilando o modelo social-capitalista da Europa ocidental, mesmo que tenham um lucro médio per capita consideravelmente inferior. Na União Europeia, também é provável prever o aparecimento de uma dupla economia. A Rússia, recuperada em certa medida da catástrofe dos anos 90, está quase reduzida a um país exportador, poderoso, mas vulnerável, de produtos primários e de energia e foi até agora incapaz de reconstruir uma base econômica mais bem balanceada.

As reações contra os excessos da era neoliberal levaram a um retorno, parcial, a formas de capitalismo estatal acompanhadas por uma espécie de regressão a alguns aspectos da herança soviética. Claramente, a simples “imitação do Ocidente” deixou de ser uma opção possível. Esse fenômeno ainda é mais evidente na China, que desenvolveu com considerável sucesso um capitalismo pós-comunista próprio, a tal ponto que, no futuro, pode também ocorrer que os historiadores possam ver nesse país o verdadeiro salvador da economia capitalista mundial na crise em que nos encontramos atualmente. Em síntese, não é mais possível acreditar em uma única forma global de capitalismo ou de pós-capitalismo.

Em todo caso, delinear a economia do amanhã é talvez a parte menos relevante das nossas preocupações futuras. A diferença crucial entre os sistemas econômicos não reside na sua estrutura, mas sim na suas prioridades sociais e morais, e estas deveriam, portanto, ser o argumento principal do nosso debate. Permitam-me, por isso, a esse ilustrar dois de seus aspectos de fundamental importância a esse propósito.

O primeiro é que o fim do Comunismo comportou o desaparecimento repentino de valores, hábitos e práticas sociais que haviam marcado a vida de gerações inteiras, não apenas as dos regimes comunistas em estrito senso, mas também as do passado pré-comunista que, sob esses regimes, havia em boa parte se protegido. Devemos reconhecer quanto foram profundos e graves o choque e a desgraça em termos humanos que foram verificados em consequência desse brusco e inesperado terremoto social. Inevitavelmente, serão necessárias diversas décadas antes que as sociedades pós-comunistas encontrem uma estabilidade no seu “modus vivendi” na nova era, e algumas consequências dessa desagregação social, da corrupção e da criminalidade institucionalizadas poderiam exigir ainda muito mais tempo para serem combatidas.

O segundo aspecto é que tanto a política ocidental do neoliberalismo, quanto políticas pós-comunistas que ela inspirou subordinaram propositalmente o bem-estar e a justiça social à tirania do PIB, o Produto Interno Bruto: o maior crescimento econômico possível, deliberadamente inigualitário. Assim fazendo, eles minaram – e nos ex-países comunistas até destruíram – os sistemas da assistência social, do bem-estar, dos valores e das finalidades dos serviços públicos. Tudo isso não constitui uma premissa da qual partir, seja para o “capitalismo europeu de rosto humano” das décadas pós-1945, seja para satisfatórios sistemas mistos pós-comunistas.

O objetivo de uma economia não é o ganho, mas sim o bem-estar de toda a população. O crescimento econômico não é um fim, mas um meio para dar vida a sociedades boas, humanas e justas. Não importa como chamamos os regimes que buscam essa finalidade. Importa unicamente como e com quais prioridades saberemos combinar as potencialidades do setor público e do setor privado nas nossas economias mistas. Essa é a prioridade política mais importante do Século 21.

Publicado originalmente no jornal La Repubblica. Tradução de Moisés Sbardelotto em Envolverde/ECO 21.

Na globalização, onde fica o livre arbítrio?

Antônio Mesquita Galvão*

“A liberdade é o domínio de nós mesmos e da natureza, baseado na consciência das necessidades” (F. W. Engels)
Há algum tempo fui convidado para promover um wokshop, em uma universidade do interior do Paraná sobre uma dialética que os alunos propuseram: globalização e livre-arbítrio. Recordo que comecei a jornada, que teve duração de cinco dias, (40 horas) com a questão: o que é ser livre? Debater a liberdade, ou a falta dela, também é uma forma de praticar a espiritualidade.

Acostumados com livros de história, ciência política, sociologia e outras ciências sociais, a gente sempre se acostumou a ver os autores, nos capítulos finais de suas obras, ou no encerramento de suas conferências, encaminhar tudo para um happy-end, conduzindo o assunto para um melífluo e enganador gran-finale, todo pintado com as cores róseas da utopia alienada de quem não quer que nada mude. Afinal, a mantença do status quo interessa a muita gente…

Eu creio que tentar mascarar as coisas, seria desonesto de minha parte, e contrário a todos os princípios de ética que postulo e anuncio. Fruto dos últimos estertores da ditadura e da desorientação das décadas perdidas (80 e 90), o neoliberalismo, por “direita”, sempre lutou para que as mudanças não ocorram, que as reformas não saiam do papel (e do discurso deles mesmos).Onde está o Espírito de Deus ali há liberdade (2Cor 3,17)

Sobra-nos alguma utopia ou apenas o amargo da decepção da perda de todos os paradigmas? Suspeita-se que o novo século nos trouxe, com a radicalização da globalização, como que um bloqueio, cada vez maior, de nossa capacidade de decidir. A doutrina globalizante tem por escopo bloquear o senso crítico, a partir do ensino dirigido à juventude. A mudança do quadro sociopolítico, o retorno às origens de bem e de ética, só é possível através de um profundo, sério e comprometido “contrato social”, em que todos tenham a capacidade de pensar. É o que afirma o jurista Tarso Genro (hoje ministro da Justiça), em sua obra “O futuro por armar”. Ed. Vozes 1999:

Há a necessidade e a possibilidade de se adotar um novo tipo de contrato social. Um contrato que tenha como pressuposto que o Estado atual e a nossa representação política tradicional são insuficientes para mediar as novas conflitividades que emergem da globalização econômica e dos parâmetros produtivos, originários da terceira revolução científico-tecnológica. Há 200 anos não criamos novas instituições, não obstante as mudanças profundas que se operaram neste período.

A liberdade do ser humano, é lamentável consignar, está delimitada pelos interesses do mercado. Na verdade, não temos liberdade absoluta, pois a grande mídia, a serviço do poder mercantil, atrela nossas necessidades, básicas ou secundárias, a situações de consumo. Liberdade, livre-iniciativa, livre-arbítrio é aquele direito natural que a pessoa tem para agir, escolher, decidir o que é melhor para si, para sua vida. É preciso, uma vez que a globalização neoliberal se organizou para sufocá-lo de vez, que se resgate esse direito de ser livre, arremetendo, com o apoio da crítica, contra todas as formas de liberalismo que andam por aí, sejam elas morais, ideológicas, econômicas, oficiais. Há que se insurgir contra a idolatria do mercado, contra os efeitos alienantes da mídia, denunciando, pressionando os patrocinadores, estabelecendo boicotes, deixando de comprar este ou aquele produto. É preciso sublevar-se – sobretudo – contra os efeitos da política internacionalizante, que já tirou nossa aposentadoria, saúde e outros direitos. Se deixamos assim como está, logo vamos perder o teto, o pão, a vida.

Foi para a liberdade que Cristo nos resgatou (Gl 5,1).

Segundo os postulados neoliberais (leia-se o ideário de Von Hayek), muitas (ou a maioria) das tarefas da sociedade (e aí se relacionam economia, política, etc.) devem ter sua soluções “confiadas” a peritos, fora da chamada esfera democrática. Utilitaristas como poucos, os neoliberais acreditaram que a democracia só seria boa quando favorecesse a máquina do livre-mercado. Democracia do “poder vindo do povo e em seu nome sendo exercido” é – para “eles”, os capitalistas – uma balela.

E a liberdade? “Ora – dizem os novos senhores feudais do século XXI – isto é bobagem! Para quê o povo quer liberdade? Primeiro não sabe usá-la, e depois tem quem se preocupe com isso e mostre o caminho. Haja vista que alguns, medianamente livres, conduzem mal suas vidas, enchendo-se de filhos, dívidas, más companhias”. É disto que “eles” acusam o povo. Embora se confessem amantes da democracia, os capitalistas (neo)liberais se revelam, na prática, muito pouco afeitos a essa prerrogativa política. A lógica intrínseca da democracia (o poder é de todos) os incomoda, pois preconiza a repartição do poder deles (endinheirados) com os outros (pés-de-chinelo).

Para o dono do capital, conforme o axioma geral de J. S. Mill († 1873), a maioria deve ser governada pelos cultos, inteligentes e donos do capital. Isto está escrito em sua obra “Sobre a liberdade”, (Londres, 1859). No mesmo rastro, Von Hayek vê uma contradição no Estado (que segundo ele deve ser limitado), conceder poderes ilimitados (democracia) à turba.

Mas a questão inicial retorna teimosa: o que é ser livre? Ser livre é exercer todos os direitos humanos. Pois a liberdade, depois da vida é o direito mais fundamental da pessoa. Até o constitucional ir-e-vir escora-se no ser livre. Ser livre, axiologicamente, é fazer tudo o que é bom para nós.  Ou, fazer tudo o que se tem vontade de fazer (definição anárquico-existencialista). Ser livre é fazer o que se deve fazer (definição ontológica). A vida em sociedade, regulada por normas de comportamento, não permite ao homem fazer tudo o que pode; muito menos aquilo que quer. Ser livre é desfrutar de liberdade, sim, mas controlar os atos de conduta, de forma autodeterminada, de acordo com os ditames considerados válidos pela ética e pela moral.

Nesse contexto, a liberdade exige sempre condições de ordem social, cultural, política e econômica que tornam possível seu completo exercício. No terreno da moral, ser livre é exercer direitos e deveres frente ao outro. Liberdade é uma relação entre pessoas. Ser livre significa “ser livre para o outro”, uma vez que o outro me liga a ele. De nada me adianta ser livre se eu estiver isolado.

No famoso “paradoxo de Sócrates”, vemos que a virtude se identifica com o conhecimento enquanto que o vício com a ignorância. Assim, desde aquele tempo, a condição para o homem ser livre é ter ciência de sua liberdade, assim como a capacidade de avaliar o bem que dispõe em sendo livre. Na obra de Aristóteles (In: Ética a Nicômaco) vamos encontrar a expressão proairésis como “escolha deliberada” ou decisão voluntária, aquela que é tomada como fruto de uma vontade livre. Trata-se de uma crítica aos paradoxos socráticos, onde erros e pecados não são voluntários, mas fruto de alguma compulsão ou limitação incontrolada.

Em sua magistral obra “O livre-arbítrio” Santo Agostinho afirma que a liberdade de escolha, a capacidade de decidir, em suma, o livre-arbítrio é o que nos diferencia dos animais. Agindo instintivamente, o animal não tem muitas opções de decisão, agindo previsivelmente, conforme sua natureza. O ser humano é diferente. Diante das alternativas que se colocam à sua frente, a pessoa é capaz de decidir, certo ou errado, contra si ou a favor, mas decidir com liberdade. Essa propriedade só o homem possui. Tirá-la, deixando o ser humano sem alternativas, escolhendo por ele, é reduzi-lo à condição animal mais primária, onde apenas o instinto decide.

O livre-arbítrio nasce com a filosofia estóica, que o chamavam de auteksosion, a lei maior da fysis (natureza), única força capaz de orientar a razão, talvez em resposta ao determinismo. Posteriormente seria ampliado sob Tomas de Aquino († 1274) e dogmatizado como essência do ser humano no Concílio de Trento (séc. XVI). É a águia se opondo à galinha Os racionalistas, empiristas e positivistas negam o livre-arbítrio, por julgarem-no contrário à razão.

Com o florescimento dos sistemas sociais, políticos e econômicos, a capacidade de as pessoas usarem seu livre-arbítrio, foi ficando cada vez mais restrita. Embora seja dito que o homem moderno é livre, observa-se que sua atuação é bloqueada por uma série de condicionantes, que o tornam elo de um sistema, uma marionete que se movimenta no placo de acordo com o script. A organização de tantas forças atuantes em nossa sociedade tem limitado a capacidade humana de raciocinar e de tomar decisões. O que o sociólogo austríaco Ivan Illich disse, anos passados, e que foi visto na época como uma crítica ao capitalismo americano, hoje se revela uma brutal realidade:

Logo, logo eles vão transformar a nossa sede em vontade de tomar Coca-Cola. A aprendizagem livre e criativa está afogada na acomodação e burocratização da escola, sustentada por mecanismos eternos de controle que são os exames, estabelecidos para a aprovação e a falta de liberdade de expressão.

Se a gente for olhar a fundo, nosso livre-arbítrio está indo (ou já foi) pro beleléu. A gente vê um comercial, de comida, chocolate, pizza, refrigerante, cerveja e fica com água na boca. A própria Coca Cola, citada por Illich, na década de 50 cunhou o slogan “A pausa que refresca”. Recordam? Nos Estados Unidos, legítimo laboratório do marketing globalizado, criaram recentemente a divisa cheering is thirsty work (torcer dá uma sede!) endereçada ao público dos estádios. No Brasil eles simplificaram: é só o ruído do refrigerante caindo no copo e a frase final: “Enjoy” (curta!). O condicionamento dispensa maiores legendas.

De uma feita, há tempos atrás, um leitor mandou-me um e-mail sobre algumas colocações que fiz em uma crônica de jornal, dizendo não concordar com a afirmação de que “nossa liberdade é relativa”. Para citar exemplos de lugares sem liberdade, ele citou Cuba, China e alguns locais da antiga União Soviética. Na verdade, fiz ver ao leitor que, em Cuba, como em qualquer outra ditadura escancarada, eles “prendem e arrebentam” e ninguém pode dizer nada. Até aí ele tem razão. A diferença é que aqui nos podemos dizer, chorar, denunciar e espernear. Só que ninguém dá bola para as nossas perorações. No Brasil, do jeito que estamos, a liberdade é de fachada, mas não é real. Venderam a Vale, a CELPE, o Meridional, e outras estatais rentáveis. Você queria que vendessem? A sociedade queria? Não! No entanto, para fazer um cash político, o governo vendeu a despeito de nossos protestos, sem dar a mínima importância à nossa indignação. Isto é liberdade?

Todos serão julgados pela lei da liberdade (Tg 2,12)

A aposentadoria, de uma hora para outra, passou a ser algo intangível. A pessoa de cinqüenta anos é velha para conseguir emprego, mas jovem para se aposentar. Alguém deu ouvidos aos nossos clamores? Os pensionistas e aposentados são explorados e ainda vão ter que pagar a conta do sucateamento da Previdência. Subiu a alíquota do Imposto de Renda, assim como subiram remédios, combustíveis, taxas de serviço público. A nação chiou. Alguém ouviu? A gente vota em presidente, governador, senador, deputado e eles fazem o contrário daquilo que queríamos. Isso é liberdade? E onde fica o direito de protesto? As greves foram esvaziadas, os sindicalistas calados sob a ameaça de demissão, os sindicatos falidos com multas e penas de “ilegalidade”. Queixar-se a quem?

Os “supremos” tribunais nacionais, nomeados pelo governo, só decidem em favor deste, em geral à revelia do interesse maior da sociedade. Apenas na Justiça do Trabalho – e assim mesmo os “liberais” querem acabar com ela – ainda decide em favor dos mais pobres. A ditadura da grande mídia, ao nítido estilo macartista, sempre quer provar que, aqueles que não pensam conforme o “sistema”, em favor de um estado “moderno” (leia-se banana, cordato, fantoche, genuflexo ao estrangeiro), é inimigo do país e da modernidade. Por isso, penso que nossa liberdade é relativa. Temos liberdade para ir à praia, ao cinema, ao futebol. Mas não podemos pensar diferente do esquema oficial, pois nossos eleitos não nos representam e decidem quase sempre contra nós. Assim, somos livres para pensar como pensam os áulicos do sistema. Nada mais que isso…

A globalização – e a definição é de Betinho – serve para o processo de anestesia que nos conduz ao consumo em massa. Ao velho Adão foram colocadas duas alternativas, comer ou não do fruto da árvore do bem e do mal. A nós, hoje, pela propaganda globalizada, e pelos estímulos psicossociais, não é dado direito de escolha, Quando menos se espera estamos bebendo Coca-Cola, usando Nike, comendo no McDonald’s, usando a moda internacional, pilotando um “importado” e cantarolando o último sucesso de Bob Dylan.

A globalização, apoiada pela mídia neoliberal (“é preciso levar vantagem em tudo”, lembram?) e pela emergência do mercado, nos tira, em muitos casos o direito de pensar a vida, a moral, a história. E quem denunciou isso, no Fórum Social, por exemplo, foi chamado, por alguns, de retrógrado, membro da “esquerda festiva” e outros encômios padrão das direitas radicais.

A mídia brasileira – eu sempre falo n(d)ela nas minhas conferências  – foi como que “colonizada” pela ideologia internacional. A gente liga rádio só escuta música americana. Perece que estamos no Bronx. Essa cooptação -a partir do cultural- só ajuda o capital e não soma nada em favor da população. O homem, quando não tem acesso ao trabalho e à sobrevivência, vira um animal. Quem é incapaz de tomar decisões por si só, é como um índio, um limitado, um bicho. Os reacionários das elites, nacionais e internacionais, não cansam de afirmar que a preocupação com o social é discurso anacrônico, dos anos 70. É de se questionar: existe coisa mais atrasada que transformar pessoas em escravos, em zumbis ou em bichos? É este o modelo de sociedade moderna que eles querem? O governo articula os projetos do capital, a mídia fiel elabora o script e boa parte da sociedade, mesmo as vítimas, se volta contra qualquer tentativa de protesto ou de organização popular. Isso é liberdade?

A superveniência do mercado, como “fim da história”, pregada por Fukuyama no final do século passado hoje é premissa bastante contestada. Mesmo assim, a globalização – por estar a serviço do consumo – ainda é pintada com as cores mais sedutoras. O povo é livre, desde que não se rebele contra a imponência da “liberdade”, senão vêm as trevas e tome polícia, cacetadas, atentados, prisões, jatos de água, dentadas de cães ferozes…

Jesus nos libertou do império das trevas (Cl 1,13).

Com o capital sem bandeira, estandarte da globalização, no seu laissez-faire, vale mais o princípio ético do “é feio perder” do que o respeito aos anseios do homem, desde os mais humildes até os letrados. Os conglomerados fazem todo o tipo de pressão para esvaziar os sindicatos, por exemplo, que a esta altura do campeonato, são praticamente a única voz em defesa da liberdade da classe trabalhadora. O resgate dos valores sociais, como melhora da qualidade de vida humana, traz consigo duas dimensões de transformações. Na dimensão individual, eu devo me conscientizar (esta palavra sofreu anátemas nos tempos da ditadura) da amplitude do problema, mudando e empreendendo novas práticas, com vistas à reforma da sociedade, a partir da base. No segundo aspecto, o social, depois que eu me transformo e adquiro consciência do problema, devo lutar para implantar, na sociedade pluralista em que se vive, um humanismo que seja capaz de banir o individualismo.

É difícil? Vai demorar? As grandes caminhadas sempre começaram pelo primeiro – e decisivo – passo. Buscar as mudanças é um ato de coragem, como que um indicador de que o livre-arbítrio ainda está atuante na busca da ética e do bem comum. É aquela ruptura dos paradigmas que tanto se fala. É preciso mudar. As elites (até algumas religiosas) gostam do pobre humilde, cordato, pedinte, cabeça baixa: é mais fácil manipulá-los. Não admitem organização nem autonomia. Nos anos da ditadura, o secretário de estado americano, H. Kissinger, um dos que mandavam no Brasil, referindo-se a alguns religiosos brasileiros, que incentivavam o povo a exercer o senso-crítico e a buscar direitos, aconselhou o governo a buscar novos missionários, que rezassem mais e pensassem menos. Voltando às elites, elas aceitam que os miseráveis reivindiquem cestas básicas, mas não aceitam que eles pensem com suas próprias cabeças. Não admitem que o pobre faça política. Votar pode; fazer política, não! Isso é liberdade? Sobre esse cerceamento de expressar-se livremente, falando em Paris, certa vez, por volta de 1970, a estudantes universitários, dom Helder Câmara († 1998) disse:

Quando ajudo os pobres, me chamam de profeta. Quando questiono por que há pobres, dizem que sou comunista.

Na verdade, um processo de emperramento sociocultural nos impede de pensar com liberdade. Sempre nos disseram: “você é livre, desde que…”. Essas várias condicionantes foram como que minando a capacidade do povo decidir. Quando veio o neoliberalismo, a globalização e sua mídia, ficamos como aquele cidadão do fecho, do poema de Maiakovski (†1930), “…porque nunca dissemos nada, já não podíamos dizer mais nada”. É o que nos diz Stédile: “lutamos contra três cercas: o latifúndio, o capital selvagem (neoliberal e excludente) e a ignorância”. No roldão do “capital selvagem” eu incluiria a mídia.

No terreno da busca da liberdade há que salientar os movimentos populares, urbanos e rurais, onde as mulheres têm um papel importante nessa luta. Lúcidas, ativas, politizadas e determinadas, elas sabem onde aperta a fome, a injustiça, a discriminação e todas as faltas, de saúde, educação, segurança, moradia, políticas agrárias, etc. Ademais, quando uma liberdade específica é questionada, há um indicativo irrefutável de que toda a liberdade fracassou.

A modernidade está em crise – afirma Frei Beto – porque as quatro grandes instituições, nas quais ela se apoiou, estão em crise: família, igreja, escola e Estado. Sabemos que os modelos antigos não estão vigorando mais. Alguns, numa atitude saudosista, querem ainda manter ou trazer à atualidade aquilo que foi bom no passado. Não é fácil, porque há novos modelos sendo forjados nisso que hoje os filósofos já chamam de pós-modernidade.

O Espírito de Deus me ungiu para libertar… (Lc 4, 18)

É lamentável constatar que na globalização, nosso livre-arbítrio, por causa do ateísmo do capital fica postergado a planos irrelevantes. Liberdade e livre-arbítrio são dons de Deus. Os poderosos não querem que as pessoas pensem; que decidam; que elejam candidatos próprios, etc. A mídia, manipulando habilmente dados, pesquisas e “tendências” já anuncia, meses antes, quem vai ganhar.

O sistema globalizado, de corte eminentemente neoliberal, tem na limitação da liberdade do homem seu maior trunfo para seguir vencendo e dominando. Muito dinheiro (e poder) nas mãos de poucos, gera pobreza e redução de liberdade. Esse ainda é o quadro atual, triste, porém irretocável, da globalização no Brasil e nos países de Terceiro-Mundo. Essa perda de liberdade embrutece o homem e faz infletir sobre toda a sociedade uma avalancha de violência, por vezes incontrolável. É o que Santo Agostinho nos diz, enfaticamente:

Quando tiramos a liberdade do homem, ele passa a agir como um animal, apenas segundo a natureza (e às vezes contra ela). Quando o ser humano é privado do livre-arbítrio, isto é, da capacidade de tomar decisões livres, criam-se as origens do mal moral.

* Doutor em Teologia Moral
Artigo publicado no Portal Adital, em 22 out 09

The Twisty Spirituality of Martin Scorsese

David Roark

How one of the greatest filmmakers of all time exposes the divine.

There’s been something lurking under the waters of Martin Scorsese’s films since the start of his career. It’s more prominent in some works than in others, but it’s always present. It’s not just his obvious filmmaking prowess. It’s not violence, drugs, sex or profanity. It’s not Italian-American life in New York City. It’s something bigger.

Few people know Scorsese planned to become a priest before pursuing film. Raised in a religious home, he attended Catholic school and spent a year in seminary. His life was once solely dedicated to the gospel.
And though it’s uncertain where his beliefs are today, it is clear he is still working through his faith. Scorsese’s movies have been a lucid autobiography of his convictions and his struggles. He once stated, “My whole life has been movies and religion. That’s it. Nothing else.”

It all started with guilt. Nearly ten years after seminary and attending NYU, Scorsese made Who’s That Knocking at My Door (1968), his first feature film, which explores morality through an Italian-American man’s confusion amid religious convictions and a liberating sexual experience. It may be Scorsese’s most personal movie despite the lack of attention it received.

This would explain why he pursued a similar theme in his 1973 film, Mean Streets. It follows a gangster caught in the middle of two lives: promised prosperity in an obligation to work for his criminal uncle and a commitment to Catholicism, in which he can honestly love his friends and family.

In the opening scene, Charlie’s musings are heard in a voiceover by Scorsese: “You don’t make up for your sins in church. You do it on the streets. You do it at home.” Powerful words, as one can only imagine how real and close they were to Scorsese’s heart at the time.

Charlie’s character is different than the stone-faced men of typical crime movies, who care only about riches and power. Like Scorsese, he understands love. He wants to make the right decisions. But with life’s temptations in front of him, the battle is difficult to win.

Three years later, Scorsese continued on his spiritual film journey with Taxi Driver, a glimpse inside the mind of a lonely Vietnam vet. While its religious undertones are slightly ambiguous, this film is a unique character study of a psychopath deeply burdened by the corrupt streets of New York City yet motivated by rejection. The lunatic is very different than previous protagonists, yet there’s still a strong connection between him and Scorsese.

1980‘s Raging Bull is one of Scorsese’s most spiritually riveting movies. He moves away from a theme of guilt and explores the effects of pride. La Motta goes from Middleweight Champion and family man to broken and divorced, losing everything and ending up in prison for involvement with prostitution.

Nevertheless, when hope seems out of reach for the egotistical bombshell, La Motta eventually finds redemption through humility. The movie’s moving finale concludes with an excerpt from John 9: “All I know is that I was blind, and now I can see.” Even though La Motta was a real man, there seems to be no coincidence in Scorsese’s decision to probe his character.

Neither was his decision to make his most spiritual and controversial film, The Last Temptation of Christ (1988). The movie, an adaptation of Nikos Kazantzakis’ novel, is by no means historically or theologically accurate, but it’s not supposed to be. Scorsese warns audiences of this in a disclaimer. The message, however, is overwhelmingly biblical.

Contrasting other movies about the life of Christ, like Mel Gibson’s 2004 interpretation, Jesus is portrayed as the real man he truly was (fully man, fully God). He laughs, dances, shows emotion. And he’s faced with the same temptations all humans are forced to deal with, which makes the film effective. Rather than emphasizing Christ’s physical suffering, it highlights his emotional suffering.

While on the cross, Jesus imagines how satisfying and easy life could’ve been if he had married, raised a family and didn’t have to die. With so many movies centered on characters battling between grace and sin, it’s no surprise Scorsese choose to explore this human side of Christ. Seeing his humility not only expounds upon the necessity and weight of the sacrifice, it makes his final words all the more powerful: “It is accomplished.”

In 1990, Scorsese returned to his customary genre, while not abandoning spirituality, and made the gangster classic, Goodfellas. This popular film tells the story of real-life mobster Henry Hill. Unlike other Scorsese characters, the intermingling of sacred and sordid is less prominent with Hill. He doesn’t seem to care about anything but money and self. He cheats on his wife, neglects his children, and rats out his best friends.
And there’s no sense of transformation in him. Hill eventually finds safety in a witness protection program, yet he is left empty, not redeemed. Through the life of Hill, Scorsese makes no reservations in revealing the candid consequences of recklessness of power and greed. There’s an inevitable price involved with sin, and he shows that even the most untouchable gangsters in the world can’t escape from it.

Because of violent movies like Goodfellas, Scorsese surprised many people with the 1997 release of Kundun, a story about nonviolence and the life of the 14th Dalai Lama. For others, however, it made sense. Scorsese was dealing with the same spiritual themes prominent in his other films, but in a different way.

Scorsese doesn’t expose the harsh effects of violence through a bloody baptism; he does it through one man’s refusal to take part in it. The Dalai Lama’s life is devoted to love—loving everyone. And even though he is Buddhist, his convictions ring very true to the teachings of Christ. Scorsese’s admiration for the Dalai Lama is surely connected with a yearning for peace and self-control in his personal life.

Despite critical success, Scorsese’s works of the last decade have dealt less with spirituality than predecessors. Gangs of New York has a striking scene in which two enemies simultaneously pray to a god of strength. In The Departed, an undercover cop makes the sign of the cross before risking his life for a fellow officer. But the heavy religious themes of his earlier movies simply aren’t as apparent.

Nevertheless, Shutter Island (out now) is a strong shift back toward tradition. It has all the elements of a twisty psychological thriller with the added bonus of depth. Scorsese doesn’t merely dabble in spirituality, either. The entire movie is allegorical, and there are divine themes under every word, rock and person on the island.

Forgiveness and, inevitably, violence are the clearest, though. Marshall Daniels, the protagonist, is motivated by revenge and sins of the past. Not only that, it all consumes him and his actions to a point of no return. But nothing speaks louder than a question posed at the film’s end …“Which would be worse: to live as a monster, or die as a good man?”

Shutter Island will, undoubtedly, join the ranks of Scorcese’s most spiritual accomplishments. And his next film—an adaptation of Shusaku Endo’s novel, Silence—is about Jesuit missionaries to Japan; clearly the divine which lurks beneath Scorcese’s films is again making itself known. Despite abandoning his plans to enter the priesthood, Scorsese obviously hasn’t given up on faith or his calling to speak the truth.

http://www.relevantmagazine.com

How Should Churches and Leaders Be Preparing to Address These Big Issues Facing the Church? by Tim Keller

1. The local church has to support culture-making. Most of the young evangelicals interested in integrating their faith with film-making, journalism, corporate finance, etc, are getting their support and mentoring from informal networks or para-church groups. Michael Lindsay’s book Faith in the Halls of Power shows that many Christians in places of influence in the culture are alienated from the church, because they get, at best, no church support for living their faith out in the public spheres, and, at worst, opposition.

At the theological level, the church needs to gain more consensus on how the church and Christian faith relate to culture. There is still a lot of conflict between those who want to disciple Christians for public life, and those who think all “engagement of culture” ultimately leads to compromise and distraction from the preaching of the gospel. What makes this debate difficult is that both sides make good points and have good arguments.

At the practical level, even the churches that give lip-service to the importance of integrating faith and work do very little to actually equip people to do so. Seminary only trained us ministers to disciple people by pulling them more out of the world and inside the walls and ministries of the church. So how does a church actually help its members in this area? Leaders who want to get started should look at Redeemer’s Center for Faith and Work.

2. We need a renewal of apologetics. There is a lot of resistance right now among younger evangelical leaders toward apologetics. We are told we don’t need arguments any more because people aren’t rational. We need loving community instead. But I think this is short-sighted for two reasons.

First, Christians in the West will finally be facing what missionaries around the world have faced for years–how to communicate the gospel to Muslims, Buddhists, Hindus, and adherents of various folk religions. All young church leaders should take courses in and read the texts of the other major world religions. They should also study the gospel presentations written by missionaries engaging those religions. Loving community will be extremely important, as it always is, to reach out to neighbors of other faiths, but if they are going to come into the church, they will have many questions that church leaders today need to be able to answer.

Second, there a real vacuum in western secular thought. When Derrida died I was surprised how many of his former students admitted that High Theory (what evangelicals call ‘post-modernism’) is seen as a dead end, mainly because it is so relativistic that it provides no basis for political action. And a leading British intellectual like Terry Eagleton in recent lectures at Yale (published as Religion, Faith, and Revolution by Yale Press) savaged the older scientific atheism of Dawkins and Hitchens as equally bankrupt. Eagleton points out that the Enlightenment’s optimism about science and human progress is dead. Serious western thought is not going back to that, no matter how popular Dawkins’ books get. But postmodernism cannot produce a basis for human rights or justice either.

This is a real opening, apologetically, in reaching out to thoughtful non-Christians, especially the younger, socially conscious ones. We need to think of new ways to engage, asking people how they can justify their concerns for human rights and social justice. (For a great recent form of this approach, see Chris Smith’s “Does Naturalism Warrant a Moral Belief in Universal Benevolence and Human Rights?” in The Believing Primate: Scientific, Philosophical, and Theological Reflections on the Origin of Religion (Oxford, 2009.)

Over the last twenty years my preaching and teaching has profited a great deal from doing the hard work of reading philosophy, especially the work of older Christian philosophers and scholars (Plantinga, Wolterstorff, Mavrodes, Alston) and the younger ones. Ministers need to be able to glean and put their arguments into easy to understand form, both in speaking and in evangelism.

I agree with the critics that say the old, rationalistic, ‘evidence that demands a verdict’ makes people’s eyes glaze over today. But that doesn’t mean that people don’t still use reason and still make arguments. There is a big chink in the armor of western thought right now. People don’t want to go back to religion, which still scares them, but they are not so sanguine about the implications and effects of non-belief.

3. We need a great variety of church-models. Avery Dulles’ book Models of the Church does a good job of outlining the very different models of churches in the west over the centuries. After qualifying his analysis by saying these are seldom pure forms, he lays out five models. Each one stresses or emphasizes: a) Doctrine, teaching, and authority, or b) deep community and life together, or c) worship, sacraments, music and the arts, or d) evangelism, proclamation, and dynamic preaching, or e) social justice, service, and compassion.

Many evangelicals today have bought in to one or two of these models as the way to minister now in the post-Christendom west. So for example, those who believe in the ‘incarnational’ (vs. ‘attractional’ approach) emphasize being and serving out in the neighborhood, smaller house churches and intimate community (a combination of Dulles’ b and e models.) Meanwhile, many evangelicals who are afraid of the ‘liberal creep’ of the emerging church, stress the traditional combination of a and d emphases. Each side is fairly moralistic about the rightness of its model and seeks to use it everywhere.

I feel that our cultural situation is too complex for such a sweeping way to look at things. There are too many kinds of ‘never-churched-non-Christians’. There are Arabs in Detroit, Hmongs in Chicago, Chinese and Jews in New York City, Anglos in the Northwest and Northeast that were raised by secular parents–some are artists and creative types, some work in business. All of these are growing groups of never-churched, but they are very different from one another. No model can connect to them all–every model can connect to some.

4. We must develop a far better theology of suffering. Members of churches in the west are caught absolutely flat-footed by suffering and difficulty. This is a major problem, especially if we are facing greater ‘liminality’–social marginalization–and maybe more economic and social instability. There are a great number of books on ‘why does God allow evil?’ but they mainly are aimed at getting God off the hook with impatient western people who believe God’s job is to give them a safe life. The church in the west must mount a great new project–of producing a people who are prepared to endure in the face of suffering and persecution.

Here, too, is one of the ways we in the west can connect to the new, growing world Christianity. We tend to think about ‘what we can do for them.’ But here’s how we let them do something for us. Many or most of the church in the rest of the world is used to suffering and persecution. They have a kind of faith that does not wilt, but rather grows stronger under threat. We need to become students of theirs in this area.

5. We need a critical mass of churches in the biggest cities of the world.

I know I’m always expected to say this! But this is not a mere tack-on to the other measures for addressing the Big Issues. In some ways, this is the ‘Big Idea’ that will help us move forward on all fronts.

If there were vital, fast-growing movements of churches–orthodox in theology, wholistic in ministry, and committed to culture-making–in the great global cities, so that 5-10% of the residents of the 50 most influential cities were gospel-believers, a) it would have a great impact on culture-making, b) it would help the church learn new ways of reaching the never-churched (since they concentrate in cities), c) it would connect western churches more readily to the new churches in the non-western world, d) it would unite churches across traditions and models.

http://www.redeemercitytocity.com/blog/view.jsp?Blog_param=136

A Buddhist moment in America

The world’s most famous athlete, through the prism of another faith, told a largely Christian nation how he would seek redemption. And as he talked about craving and the misery that inevitably follows, he provided everyone in our bigger-faster-higher society something to think about.

By Stephen Prothero

Until Friday, when Tiger Woods stood up in Ponte Vedra Beach, Fla., and apologized for his sexual infidelities, the American public confession was a Christian rite. From President Grover Cleveland, who likely fathered a child out of wedlock, to Ted Haggard, who resigned as president of the National Association of Evangelicals after allegations that he had sex with a male prostitute, our politicians and preachers have bowed and scraped in Christian idioms. Jimmy Carter spoke of “adultery in my heart.” Jimmy Swaggart spoke of “my sin” and “my Savior.” In any case, the model derives from evangelical Christianity — the revival and the altar call. You confess you are a sinner. You repent of your sins. You turn to Christ to make yourself new.

Woods was caught in a multimistress sex scandal after Thanksgiving. In January Brit Hume, channeling his inner evangelist on Fox News Sunday, urged Woods to “turn to the Christian faith.” “He’s said to be a Buddhist,” Hume said. “I don’t think that faith offers the kind of forgiveness and redemption that is offered by the Christian faith.” Woods in effect told Hume Friday thanks but no thanks.

Part of Woods’ carefully prepared statement followed the time-honored formula that historian Susan Wise Bauer has referred to as the “art of the public grovel.” Though he did not sob like Swaggart, Woods seemed ashamed and embarrassed. He took responsibility for his actions, which he characterized as “irresponsible and selfish.” He apologized, not just to his wife and children but also to his family and friends, his business partners, his fans, and the staff and sponsors of his foundation. And he was not evasive. Whereas President Clinton confessed in 1998 to having an “inappropriate” relationship with Monica Lewinsky and took potshots at the independent counsel, Kenneth Starr, Woods said, “I was unfaithful. I had affairs. I cheated. What I did is not acceptable, and I am the only person to blame.”

But this was not your garden-variety confession. Though Woods spoke of religion, he did not mention Jesus or the Bible, sin or redemption. He gave us a Buddhist mea culpa instead.

The key moment in Woods’ statement came at the end, when, in an effort to make sense of his behavior, he turned not to Christian theologies of sin but to Buddhist teachings about craving. Whereas Christianity seeks to solve the problem of sin, Buddhism seeks to solve the problem of suffering. Buddhists observe that suffering arises from a 12-fold chain of interlocking causes and effects. Among these causes is craving. We crave this woman or that car because we think that getting her or it will make us happy. But this craving only ties us into an unending cycle of misery, because even if we get what we want there is always something more to crave — another woman or another man, a faster car or a bigger house.

A ‘pointless search’

In an elegant distillation of the Buddha’s dharma (teaching), Woods said, “Buddhism teaches that a craving for things outside ourselves causes an unhappy and pointless search for security.” Here he is obviously describing his craving for sexual encounters with beautiful women. But he is also describing our collective obsession with the next new thing.

As Woods recognized, the money and fame that came with celebrity made it easy for him to fulfill his temptations. But we Americans who can only dream of such money and fame also possess an unparalleled ability to satisfy craving upon craving. Ours is the richest country in the history of the world, and our core values derive at least as much from consumer capitalism as from Christian faith. Advertisers are forever conjuring up new desires and promising us that their products will satisfy them. Our cravings, however, are endless good news for big business, not such good news for human happiness.

When Woods said he “stopped living by the core values” he was “taught to believe in,” he was referring not to Christian values but to the Thai Buddhist values instilled in him by his mother, who was in the room with her son in Florida in a show of support. When he vowed to change his life, it wasn’t to turn to Christianity but to return to Buddhism. He actively practiced Buddhism from childhood, he said, but “drifted away from it in recent years,” forgetting its crucial observation that craving is overcome not by self-indulgence but by self-control. Buddhism “teaches me to stop following every impulse and to learn restraint,” he said. “Obviously I lost track of what I was taught.”

Much has been written in recent years about America’s astonishing religious diversity. Harvard religious studies professor Diana Eck has referred to the United States as “the world’s most religiously diverse nation.” In his inaugural address, Barack Obama referred to those who had just elected him president as “a nation of Christians and Muslims, Jews and Hindus, and non-believers.” We have more than 1,000 mosques nationwide, and Los Angeles likely has more forms of Buddhism on offer than any city in the world. But with roughly 250 million Christians, we are also the world’s most Christianized country.

One of the core civic challenges in the USA today is to find a way to reconcile our Christian supermajority with our many religious minorities — the Jews and Muslims, Hindus and Buddhists, Sikhs and non-believers in our midst. For the most part, we are an extraordinarily tolerant society. Yes, we have our bigots, but in the U.S. religious bigotry is usually called out for what it is.

A need for religious literacy

Nonetheless, we expect, sometimes unconsciously, for things to proceed largely on Christian terms. We expect our presidents to be Christians and to quote from the Bible. And when they fall short of the glory of God, we expect them to call their shortcomings sins and to confess them not only to us, but also to Jesus. Part of living in a multireligious society, though, is learning multiple religious languages. In a country where most citizens cannot name the first book of the Bible, we obviously need more Christian literacy. But to make sense of the furiously religious world in which we live, we need Muslim, Hindu and Buddhist literacy too.

There are all sorts of lessons, moral and otherwise, to learn from the Tiger Woods affair. One important one is that American citizens take all sorts of paths to ruin and redemption. Christianity has no monopoly over either hypocrisy or saintliness.

In calling Woods to Christ in January, Brit Hume imagined that there was only one way to fall, and only one way to be redeemed. In his statement on Friday, Woods intimated that he fell not because he wandered away from Christ but because he wandered away from the Buddha. Equally important, he suggested that the way forward, at least for him, is through the teachings of a man who, two-and-a-half millennia ago, sat down beneath a Bodhi tree in north India and saw through the illusions of endlessly craving after the next new thing. You don’t need to be a Buddhist to say “Amen” (or “Om”) to that.

Stephen Prothero is a professor in Boston University’s religion department and the author of a forthcoming book, God is Not One: The Eight Rival Religions That Run the World and Why Their Differences Matter.

(After the public apology: Tiger Woods gets a hug from his mother, Kultida Woods, on Friday./Pool photo by Joe Skipper.)

Posted on http://blogs.usatoday.com/oped/2010/02/column-a-buddhist-moment-in-america.html

Christian institutional leaders who ditch church ~ Melissa Wiginton

Autumn forest

Melissa Wiginton

“I just don’t know what is going to happen to the church.”

I’d had this conversation dozens of times. It ends with everyone agreeing that the church might be completely different than it is now — not a bad thing. But this time, my interlocutor, an Episcopal priest, added something I’d never heard anyone say.

“You know what I’m afraid of?” She sounded light-hearted, but I knew a kernel of truth was about to pop. “I’m afraid I won’t like it and I won’t want to go.”

I thought to myself, I don’t like it now. I don’t want to go as it is.

“Really?” she said.

Did I say that out loud?

Many of my colleagues, friends and acquaintances are church people. They are involved with church-related institutions, doing work on behalf of congregations, ministry, theological education and the coming of the kingdom. Every once in a while I ask them to tell me honestly whether they go to church.

Many, of course, are active members of congregations, not only regular worshippers but teachers, elders, lay leaders, choir members, part of the engine that makes the place run. But some of us are not. Some of us are just phoning it in, putting in appearances, marking time until the church gets completely different.

For all the talk about differences in generations, I know lots of Boomers who are as discontent as the people under-35 are said to be. It seems especially poignant for those of us whose vocations lie in the dream of the church and whose work takes place outside of congregational ministry.

We spend our working lives talking and thinking about the church, its leadership and its myriad complexities. We critique and deconstruct, searching for ways to respond with the creativity and resources available to us. Maybe we are just worn out when Sunday comes. Maybe we feel we have done our part for ministry before the Lord’s Day, that we’ve given what we have to give to the institution and now just need to watch “Meet the Press” or read the paper at IHOP. Who needs to get up early and put on a suit to go see what we are devoted to changing?

What do you think? Do you know people who make a living by working for good leadership, good education and good structures for the church — and don’t go to church? What do you think that’s about? Let me turn the screws a little more: how many pastors do you think would ditch church if they weren’t the ones preaching, praying and leading?

Melissa Wiginton is Vice President for Ministry Programs and Planning at the Fund for Theological Education.

Posted on http://www.faithandleadership.duke.edu

February 22, 2010

Facebook Profiles Reflect Actual Personality, Not Self-Idealization

Global background with glowing red rings.

Mitja D. Back, Department of Psychology, Johannes Gutenberg-University, Mainz, 55099, Mainz, Germany E-mail: back@uni-mainz.de

More than 700 million people worldwide now have profiles on on-line social networking sites (OSNs), such as MySpace and Facebook (ComScore, 2008); OSNs have become integrated into the milieu of modern-day social interactions and are widely used as a primary medium for communication and networking (boyd & Ellison, 2007; Valkenburg & Peter, 2009). Despite the increasing integration of OSN activity into everyday life, however, there has been no research on the most fundamental question about OSN profiles: Do they convey accurate impressions of profile owners?

A widely held assumption, supported by content analyses, suggests that OSN profiles are used to create and communicate idealized selves (Manago, Graham, Greenfield, & Salimkhan, 2008). According to this idealized virtual-identity hypothesis, profile owners display idealized characteristics that do not reflect their actual personalities. Thus, personality impressions based on OSN profiles should reflect profile owners’ ideal-self views rather than what the owners are actually like.

A contrasting view holds that OSNs may constitute an extended social context in which to express one’s actual personality characteristics, thus fostering accurate interpersonal perceptions. OSNs integrate various sources of personal information that mirror those found in personal environments, private thoughts, facial images, and social behavior, all of which are known to contain valid information about personality (Ambady & Skowronski, 2008; Funder, 1999; Hall & Bernieri, 2001; Kenny, 1994; Vazire & Gosling, 2004). Moreover, creating idealized identities should be hard to accomplish because (a) OSN profiles include information about one’s reputation that is difficult to control (e.g., wall posts) and (b) friends provide accountability and subtle feedback on one’s profile. Accordingly, the extended real-life hypothesis predicts that people use OSNs to communicate their real personality. If this supposition is true, lay observers should be able to accurately infer the personality characteristics of OSN profile owners. In the present study, we tested the two competing hypotheses.

Method – Participants

Participants were 236 OSN users (ages 17–22 years) from the most popular OSNs in the United States (Facebook; N = 133, 52 male, 81 female) and Germany (StudiVZ, SchuelerVZ; N = 103, 17 male, 86 female). In the United States, participants were recruited from the University of Texas campus, where flyers and candy were used to find volunteers for a laboratory-based study of personality judgment. Participants were compensated with a combination of money and course credit. In Germany, participants were recruited through advertisements for an on-line study on personality measurement. As compensation, they received individual feedback on their personality scores.

To ensure that participants did not alter their OSN profiles, we saved their profiles before the subject of OSNs was raised. Scores on all measures were normally distributed.

Measures – Accuracy criteria

Accuracy criteria (i.e., indices of what profile owners were actually like) were created by aggregating across multiple personality reports, each of which measured the Big Five personality dimensions (John, Naumann, & Soto, 2008). In the U.S. sample, profile owners’ self-reports and reports from four well-acquainted friends were obtained using the Ten Item Personality Inventory (TIPI; Gosling, Rentfrow, & Swann, 2003). In the German sample, self-reports on the short form of the Big Five Inventory (BFI-10; Rammstedt & John, 2007) and the NEO Five-Factor Inventory (Costa & McCrae, 1992) were combined.

Ideal-self ratings

We measured ideal-self perceptions by rephrasing the TIPI and the BFI-10 rating instructions: Participants were asked to “describe yourself as you ideally would like to be.”

Observer ratings

Observer ratings (how profile owners were perceived) were obtained from 9 (U.S. sample) and 10 (German sample) undergraduate research assistants, who perused each OSN profile without time restrictions and then rated their impressions of the profile owners using an observer-report form of the TIPI (U.S. sample) or BFI-10 (German sample). Each observer rated only profiles of participants from his or her own country. Observer agreement (consensus) was calculated within each sample using intraclass correlations (ICCs) for both single, ICC(2,1), and aggregate, ICC(2,k), ratings. Consensus was then averaged across samples using Fisher’s r-to-z transformation (see Table 1, column 1).

Analyses

In each sample, we determined accuracy by correlating the aggregated observer ratings with the accuracy criterion. To gauge the effect of self-idealization, we computed partial correlations between profile owners’ ideal-self ratings and aggregated observer ratings, controlling for the accuracy criterion; this procedure removed the reality component from ideal-self ratings to leave a pure measure of self-idealization.1 To determine whether results were consistent across samples, we computed a dummy-coded variable, “U.S. versus German sample,” and ran general linear models, including all interactive effects. No significant interactions emerged. Thus, to obtain the most robust estimates of the effect sizes, we first z-standardized all data within each sample, then combined the samples, and then ran the analyses again. To provide an estimate of accuracy and self-idealization effects for a single observer (not inflated by aggregation), we also calculated the effects separately for each observer and then averaged across observers using Fisher’s r-to-z transformation (Hall & Bernieri, 2001). Significance testing was done by means of one-sample t tests, using observer as the unit of analysis.

Results and Discussion

Our results were consistent with the extended real-life hypothesis and contrary to the idealized virtual-identity hypothesis. Observer accuracy was found, but there was no evidence of self-idealization (see Table 1), and ideal-self ratings did not predict observer impressions above and beyond actual personality. In contrast, even when controlling for ideal-self ratings, the effect of actual personality on OSN impressions remained significant for nearly all analyses. Accuracy was strongest for extraversion (paralleling results from face-to-face encounters) and openness (similar to research on personal environments). Accuracy was lowest for neuroticism, which is consistent with previous research showing that neuroticism is difficult to detect in all zero-acquaintance contexts (Funder, 1999; Kenny, 1994). These results suggest that people are not using their OSN profiles to promote an idealized virtual identity. Instead, OSNs might be an efficient medium for expressing and communicating real personality, which may help explain their popularity.

Our findings represent a first look at the accuracy of people’s self-portrayals on OSNs. To clarify the processes and moderating factors involved, future research should investigate (a) older users and other OSNs, (b) other personality traits, (c) other forms of impression management, (d) the role of specific profile components (e.g., photos, preferences), and (e) individual differences among targets (e.g., self-monitoring) and observers (e.g., OSN experience).

Full article on http://pss.sagepub.com

Ambição e Ética ~ S. Kanitz

Ambição é tudo o que você pretende fazer na vida. São seus objetivos, seus sonhos, suas resoluções para o novo milênio. As pessoas costumam ter como ambição ganhar muito dinheiro, casar com uma moça ou um moço bonito ou viajar pelo mundo afora. A mais pobre das ambições é querer ganhar muito dinheiro, porque dinheiro por si só não é objetivo: é um meio para alcançar sua verdadeira ambição, como viajar pelo mundo. No fim da viagem você estará de volta à estaca zero quanto ao dinheiro, mas terá cumprido sua ambição.

As pessoas mais infelizes que eu conheço são as mais ricas. Quanto mais rico, mais infeliz. Nunca me esqueço de um comentário de uma copeira, na casa de um empresário arquimilionário, que cochichava para a cozinheira: “Todas as festas de rico são tão chatas como esta?” “Sim, todas, sem exceção”, foi a resposta da cozinheira.

De fato, ninguém estava cantando em volta de um violão. Os homens estavam em pé numa roda falando de dinheiro, e as mulheres numa outra roda conversavam sobre não sei o que, porque eu sempre fico preso na roda dos homens falando de dinheiro.

Não há nada de errado em ser ambicioso na vida, muito menos em ter “grandes” ambições. As pessoas mais ambiciosas que conheço não são os pontocom que querem fazer um IPO (sigla de oferta pública inicial de ações) em Nova York. São os líderes de entidades beneficentes do Brasil, que querem “acabar com a pobreza do mundo” ou “eliminar a corrupção do Brasil”. Esses, sim, são projetos ambiciosos.

Já ética são os limites que você se impõe na busca de sua ambição. É tudo que você não quer fazer na luta para conseguir realizar seus objetivos. Como não roubar, mentir ou pisar nos outros para atingir sua ambição. A maioria dos pais se preocupa bastante quando os filhos não mostram ambição, mas nem todos se preocupam quando os filhos quebram a ética. Se o filho colou na prova, não importa, desde que tenha passado de ano, o objetivo maior.

Algumas escolas estão ensinando a nossos filhos que ética é ajudar os outros. Isso, porém, não é ética, é ambição. Ajudar os outros deveria ser um objetivo de vida, a ambição de todos, ou pelo menos da maioria. Aprendemos a não falar em sala de aula, a não perturbar a classe, mas pouco sobre ética. Não conheço ninguém que tenha sido expulso da faculdade por ter colado do colega. “Ajudar” os outros, e nossos colegas, faz parte de nossa “ética”. Não colar dos outros, infelizmente, não faz.

O problema do mundo é que normalmente decidimos nossa ambição antes de nossa ética, quando o certo seria o contrário. Por quê? Dependendo da ambição, torna-se difícil impor uma ética que frustrará nossos objetivos. Quando percebemos que não conseguiremos alcançar nossos objetivos, a tendência é reduzir o rigor ético, e não reduzir a ambição. Monica Levinski, uma insignificante estagiária na Casa Branca, colocou a ambição na frente da ética, e tirou o Partido Democrata do poder, numa eleição praticamente ganha, pelo enorme sucesso da economia na sua gestão.

Definir cedo o comportamento ético pode ser a tarefa mais importante da vida, especialmente se você pretende ser um estagiário. Nunca me esqueço de um almoço, há 25 anos, com um importante empresário do setor eletrônico. Ele começou a chorar no meio do almoço, algo incomum entre empresários, e eu não conseguia imaginar o que eu havia dito de errado. O caso, na realidade, era pessoal: sua filha se casaria no dia seguinte, e ele se dera conta de que não a conhecia, praticamente. Aquele choro me marcou profundamente e se tornou logo cedo parte da ética na minha vida: nunca colocar minha ambição na frente da minha família.

Defina sua ética quanto antes possível. A ambição não pode antecedê-la, é ela que tem de preceder à sua ambição.

Publicado na Revista Veja, edição 1684, ano 34,  no 3, 24 jan 2001

Cinema e Religião

Do Portal IHU Online – Entrevista com Luiz Vadico, por Moisés Sbardelotto

As sutis alterações causadas na teologia tradicional

Não há dúvida de que, em uma sociedade alimentada pelo culto à imagem, o cinema é uma das fontes mais abundantes de elementos para a construção do seu imaginário social. E os construtos que daí nascem alcançam os mais diversos ambientes, como, por exemplo, templos e igrejas. Ou senão, entre os não crentes, o cinema também cativa pela espiritualidade vaga e difusa, sem um “Deus” único específico.

Para compreender como se dá essa relação cinema e religião, a IHU On-Line entrevistou, por e-mail, o Prof. Dr. Luiz Vadico, da Universidade Anhembi Morumbi, de São Paulo.

Para ele, “o cinema serve para emocionar”, citando Jean Mitry. Mas é também “um registro do imaginário social de uma época”. Por isso, nesta entrevista, Vadico nos ajuda a compreender qual a razão de Hollywood, especificamente, estar se voltando para temáticas espirituais de fundo religioso. Passando também pelo cinema autoral e brasileiro, o historiador e doutor em multimeios analisa também a obra do diretor polonês Krzysztof Kieslowski, “Decálogo” (1989), que será exibida na programação da Páscoa IHU 2010, em março deste ano.

Luiz Vadico é professor titular do mestrado em Comunicação da Universidade Anhembi Morumbi, em São Paulo. Historiador formado pela Universidade Estadual de Campinas (Unicamp), é mestre e doutor em Multimeios pela mesma instituição. Atualmente pesquisa Narratividade e Estética nos Primeiros Filmes de Cristo (1897-1921).

Confira a entrevista.

Nos últimos anos, especialmente com o sucesso de “A Paixão de Cristo”, de Mel Gibson, temos visto o cinema abordar com mais força questões como a espiritualidade e a existência do ser humano diante do universo. Sinal disso é, por exemplo, o sucesso de bilheteria de “Avatar”. Como você analisa esse fenômeno? É uma tentativa de tentar buscar respostas a uma situação contemporânea de crise?

O Cinema tentando encontrar respostas para uma situação de crise?! Bem, teríamos de ser muito otimistas para acreditarmos nisso. O cinema hollywoodiano tem uma preocupação séria, que é a do entretenimento. Raramente está buscando qualquer resposta para uma crise qualquer. Às vezes coopera nesta ou naquela questão, como foi o caso da cooperação com o governo americano no período da Segunda Guerra Mundial, mas lá se vão algumas décadas de distância. Hollywood se preocupa com o mercado, com o que dará uma boa bilheteria e com aquilo que a arriscará. E isso também foi uma verdade quando se tratou de grandes produções como os épicos bíblicos mais famosos, como foram os “Dez Mandamentos” (DeMille,1956), “Ben-Hur” (Wyler,1959) e diversos filmes de Cristo.

O que há de comum nesses casos? Ignoro como “Avatar” vem sendo anunciado nos Estados Unidos, mas no Brasil o seu apelo tem sido a “revolução tecnológica”. O público está sendo convocado para apreciar os efeitos 3D. Isso o filme tem em comum com todas as grandes produções hollywoodianas. Os efeitos visuais, as novas tecnologias agregadas etc. são o grande chamariz. Basta dizer, por exemplo, que “O Manto Sagrado” (1953) inaugurou o processo do cinemascope. Não era um filme religioso, tocava no assunto levemente. Mas o seu chamariz não foi o assunto; foi a nova tecnologia. E, mesmo naquela época, se tratava de uma nova tecnologia que visava fazer frente aos avanços da televisão. “Avatar” se trata de uma busca do cinema para se sustentar enquanto prática num mar de produtos midiáticos. Ele se deseja uma “experiência” que só pode ser vivida no espaço do cinema.

Em “Avatar não é importante se há ou não panteísmo. O que é importante para o público é se há um bom roteiro que acompanhe as novas possibilidades tecnológicas. Pois o público atual já é bastante educado, e faz muita diferença a qualidade do roteiro. O fator determinante para pensarmos a questão religiosa relativa ao “panteísmo” é perguntarmo-nos acerca de quantos adeptos o panteísmo possui oficialmente, quantas igrejas, quantas almas ele salvou, quantas vidas ele realmente modificou.

Se não temos nada disso ou o temos numa dimensão ínfima, não me parece uma questão relativamente ao âmbito do religioso. E isso por duas razões: não é a intenção de Hollywood e não afeta o público neste sentido. Todo filme religioso, ou com assunto religioso – mesmo do mais distante passado –, quer atingir espiritualmente o espectador. Busca formas estéticas e narrativas para tanto. O que Hollywood está fazendo – mui sabiamente – é não se imiscuir em questões onde sabidamente ele teria problemas. Envolver-se com cristianismo, islamismo e judaísmo, com representantes organizados e com crenças bastante claras e definidas, sempre significou dificuldades para os produtores americanos. Um risco sério para os grandes recursos envolvidos neste caso.

Hollywood explora fragmentos de discurso religioso, recentes ou atávicos em nossa sociedade. No entanto, no caso dos filmes citados, com exceção da “Paixão de Cristo” (2004), não está fazendo religião, não deseja isso, muito pelo contrário. Se há um culto envolvido aí – extrapolando – é o culto da tecnologia e da ciência moderna.

No que tange ao cinema, ele é muito importante como um registro do imaginário social de uma época, em geral daquela na qual o filme foi produzido. Sim, temos indivíduos “panteístas” por aí, ou melhor, ideias panteístas a solta. Mas como tudo o que veio no conjunto da pós-modernidade, ideias fragmentadas, informações difusas, e, não, isso não contribui para nenhum aclaramento das questões dos indivíduos. No mínimo, coopera para que a fragmentação do discurso religioso prospere. E, se o fundamentalismo não interessa – apesar de prosperar –, a fragmentação é ainda menos desejável, pois não coloca rumos claros para o individuo se direcionar frente aos problemas que são verdadeiros. O problema verdadeiro é o ecológico? Nunca foi, ele é apenas um sintoma daquilo que fizemos de nós. Esse é o problema verdadeiro, e Hollywood se mantém distante dele, porque não é o que lhe interessa.

Como o cinema lida com a questão religiosa e o sagrado?

Isso é assunto para um livro inteiro. E logo lançaremos esse livro sobre o Campo do Filme Religioso. Esse campo é formado pelo conjunto de produções que tratam temas ou assuntos religiosos e conta com uma grande massa de produções midiáticas. Ele se formou desde o início da história do cinema e se estendeu pelo desenvolvimento midiático em geral. Mas uma das suas características marcantes é que ele não é um campo independente e tranqüilo. Ele se organiza sobre outros dois campos distintos: o Campo do Religioso (instituições religiosas e adeptos) e o Campo Fílmico (produtores em geral). Todas as produções importantes conhecidas necessitaram buscar um equilíbrio entre esses dois campos: o Campo do Religioso, cioso dos seus assuntos e de suas responsabilidades, e o Campo Fílmico, desejoso de conseguir lucrar com o público daquele.

O que tivemos ao longo da história do cinema foi uma confrontação constante, e os filmes que foram produzidos são o resultado dessa conflagração de forças sociais e religiosas, o que não é ruim, pois levou os religiosos a repensarem seus caminhos, e os produtores, a limitarem excessos. É isto que devemos entender quando Hollywood pretensamente escolhe o “panteísmo”: é uma forma tranqüila. Imaginemos o que aconteceria se o herói do filme “Avatar” tivesse que salvar Jesus Cristo das mãos dos arqui-inimigos dos Na’Vi… Não, isso não terminaria bem.

Listar grandes obras da relação cinema versus religião me parece algo bem subjetivo. Pessoalmente, acho mais tocantes, no que respeita ao cinema massivo, filmes como: “The King of Kings” (DeMille, de 1926), por se tratar da primeira forma narrativa a superar a relação com os filmes de Peça da Paixão e ao mesmo tempo propor uma leitura teológica particular da vida de Cristo; “A Canção de Bernadette” (King, 1943), por causa da qualidade do roteiro, explora vários temas importantes como a relação ciência/religião, fé/instituições religiosas, religiosidade popular/instituições, e ainda consegue emocionar; “Marcelino Pão e Vinho” (Vajda, 1955), pela pureza infantil do tratamento, que chega a ser tocante; “Uma Cruz à Beira do Abismo” (Zinnemann, 1959), pela seriedade no que tange à vocação religiosa; um que não é religioso, mas me marcou pela honestidade da representação de um religioso em suas funções, “Roma Cidade Aberta” (Rosselini, 1945); “Os Trapalhões no Auto da Compadecida” (Faria, 1987) dos Trapalhões, pela fineza do tratamento da religiosidade popular brasileira; “Jesus de Nazaré” (Zeffirelli, 1977), por todas as razões imagináveis, roteiro, direção, atuações, harmonização dos textos evangélicos, soluções de problemas cinematográficos, mas, principalmente por causa da cena das “admoestações”, inesquecível. “A Maior História de Todos os Tempos” (Stevens, 1965), pela beleza, o apuro estético e por utilizar o tempo como um elemento reflexivo.

No cinema autoral, Bergman me atrai em “O Sétimo Selo” (1956), suas metáforas e angústias são fascinantes. Só Bergman para colocar o protagonista jogando xadrez com a morte. O Rossellini de “Viagem à Itália” (1954), que instaura belissimamente o sagrado pagão em meio a um cristianismo que permeia até as rochas na Itália. Também vejo com bons olhos as experiências documentais de Godfrey Reggio da trilogia “Qatsi”, e o seu desenvolvimento que levou a “Baraka” (1992), de Ron Fricke. Ali sim podemos nos deliciar com uma experiência estética, narrativa e que fomenta uma experiência do sagrado (panteísta?). Chamou-me muito a atenção o trabalho do brasileiro Marcelo Masagão em “Nós que aqui estamos por vós esperamos” (1998). O aspecto da finitude humana é realmente algo que emociona e nos faz refletir. Gosto de ver nele uma relação com o sagrado cristão, talvez porque remeta ao “tu és pó e ao pó retornarás”.

O crítico norte-americano Ross Douthat, em artigo para o The New York Times, afirmou que o panteísmo foi a “religião de escolha de Hollywood durante toda uma geração”. Em sua opinião, existe uma “religiosidade” por trás de Hollywood e do cinema em geral?

Uma boa parte dos filmes citados pelo crítico têm de ser contextualizados, pois fora de seu contexto original podem ser utilizados de maneira inadequada. Por exemplo, muito se falou da “jornada do herói” em “Guerra nas Estrelas” (Lucas, 1977). Joseph Campbell, famoso historiador das religiões, serviu como consultor para aquele trabalho. O protagonista do filme era para ser Luke Skywalker, e foi. No entanto, o que mais nos lembramos é do Capitão Hans Solo, da Princesa Leia e do famigerado Darth Vader. Hans Solo roubou tanto a cena que catapultou a carreira de Harrison Ford. Bem, como fica a jornada do herói quando o protagonista do filme não decola?

Se temos panteísmo em “Guerra nas Estrelas”, se deve, sobretudo a uma questão de roteiro, afinal, Jesus Cristo é a encarnação de Deus na Terra, planeta azul que bem conhecemos. “Guerra nas Estrelas” se passa num outro “tempo”, num outro espaço. Seria impróprio procurar cristianismo ali. Nesse sentido, o panteísmo serve bem, pois não compromete. E ele é aceitável para o espectador, exatamente por não comprometer. Traz uma miscelânea de conceitos fragmentários retirados do imaginário religioso que não tem significado profundo nenhum.

Mesmo enquanto pesquisador, não acho que exista na natureza do veículo cinema qualquer coisa de religioso ou de religiosidade. Seria conveniente que tivesse, mas não, infelizmente não tem. É apenas um meio como outro qualquer que serve de expressão para o talento humano, aqui visto em sentido amplo. Já existiram opiniões em contrário, desejando ver no cinema, e mesmo na televisão, um poder maior do que eles realmente possuem. Sem retirar a capacidade de influência da mídia, podemos dizer que o espectador é influenciado conforme o seu próprio desejo. O espectador não é passivo diante dos produtos midiáticos. Há várias provas disso, mas as mais corriqueiras podem ser verificadas exatamente no âmbito dos filmes religiosos produzidos ao longo da história do Cinema. Desde “Da manjedoura à Cruz” de 1912, até a “Paixão” de 2004, todos os filmes receberam críticas, quer fosse dos espectadores via jornais, imprensa televisiva etc, quer fosse de representantes de autoridades religiosas, ou ainda de críticos de cinema. Então, sem retirar o aspecto importante da influência da mídia sobre uma determinada população, devemos sempre ter em mente que essa população recebe as mensagens de acordo com suas necessidades.

Diversas outras obras abordam a relação do ser humano contemporâneo diante do “apocalipse”, como “2012” e os próximos lançamentos “A estrada” e “Legion”. Em sua opinião, o que isso pode nos revelar sobre a nossa sociedade contemporânea?

Vivemos há quase duas décadas um fenômeno de mundialização, um outro fenômeno de mundialização, uma vez que passamos por vários. Nesse processo, é necessário sabermos mundializar o que é mundializável das diversas culturas e preservar o quanto possível as particularidades culturais de cada região e país. Aqui toco nesta questão por que você colocou a ideia de “nossa sociedade”. A nossa sociedade é o Brasil, com diversas particularidades regionais e culturais.

Quando Hollywood, em seu aspecto de produtor massivo, está há alguns anos produzindo filmes “apocalípticos”, devemos nos perguntar por que a cultura americana os está realizando e por que lá eles se originam. Se olharmos para o cinema brasileiro verificaremos que não produzimos nada apocalíptico. Esses filmes, em termos de gênero cinematográfico, descendem dos filmes de “cinema catástrofe”, que tiveram um bom incremento nos anos 70 e 80. Fazem parte dessa série os conhecidos filmes “Aeroporto” (Seagal, 1970), “Inferno na Torre” (Guillemin/Allen, 1974), “O Destino do Posseidon” (Neame, 1972), e aquele que foi um marco e que provavelmente inaugurou a série apocalíptica, “O Dia Seguinte” (Meyer, 1983). Naquela época vivíamos a constante tensão da ameaça nuclear, criada pela polarização capitalismo-comunismo. O filme impressionou bastante e levantava a questão de como seria o dia seguinte após uma catástrofe nuclear. Naquele contexto, o filme tinha uma razão de ser bastante clara. E quando digo que ele foi um marco, digo por que ele de fato levou as pessoas a uma profunda reflexão.

Mas ele deu também a dimensão para Hollywood de que catástrofes globais, a partir do solo americano vendiam bem. E estávamos chegando ao final do século e de um marco de passagem importante, o ano 2000, uma passagem de milênio que afetaria a sociedade Ocidental, geralmente com ansiedade e medo. E que nos afetou porque o Ocidente é de formação cristã. E, mesmo que essa não seja a principal mensagem do cristianismo, a escatologia do fim dos tempos está presente nos Evangelhos. Nesse sentido, é importante lembrarmos que a sociedade americana é altamente cristianizada e é permeada por um fundamentalismo que atinge todas as ramificações religiosas. É uma característica da sociedade americana. É de lá que vem o fundamentalismo evangélico, é de lá que vem a exigência de leitura literal da Bíblia. Então, para os americanos, o Apocalipse ocorrerá, e a maior parte deles não têm a menor dúvida disso. E ocorrerá através da destruição, afinal, uma leitura simplista do Apocalipse de João nos informa isso.

Vejo como natural a produção desses filmes pelos americanos, pois o fundamentalismo e o maniqueísmo que ele implica e toda a relação de punição e castigo são coisas que surgiram em solo americano no final do século XVIII e progrediram ostensivamente no século XIX, até amainar relativamente no século XX. Esse fenômeno se deu através do trabalho de vários pregadores que organizavam os grandes “avivamentos” ou “despertares”, buscando uma simplificação teológica do cristianismo para que pudessem atingir emocionalmente a massa. Então, que um americano queira dar uma espiadela no futuro e ver como será a destruição do dia do Juízo, mesmo que eles o mostrem como uma metáfora, sinto que é uma necessidade perfeitamente natural daquela sociedade.

Outra ideia é a de que os americanos chegaram num tal patamar de dominação planetária ao final do século XX que passaram a se ver como a única ameaça para si mesmos. Apenas eles com seus “erros” podem ser responsáveis por se autodestruírem. Com o tempo, passaram a figurar a catástrofe de forma global, destruindo imageticamente os monumentos de diversos países do mundo. Então, percebamos, sempre, nesses filmes, ou são os americanos e seu governo ou a corrupção que levam à destruição. Eles sempre são, de forma direta ou indireta, responsáveis pela catástrofe, e ao mesmo tempo responsáveis por impedi-la. E quando não são eles próprios os responsáveis, somos vítimas de algum ataque alienígena interplanetário.

Quando lançaram “O Dia Seguinte”, foi a primeira vez que o mundo foi destruído pelo homem. Até então, era Deus o responsável por isso, sempre em filmes bíblicos, haja vista o caso do Dilúvio. Mas agora o homem já podia assumir esse estranho poder, o poder de iniciar o Dia do Juízo, ser responsável por ele. Mas o perigo da banalização é idêntico ao da banalização da violência. Esses filmes são um sintoma de que a sociedade americana está em crise. Está um pouco sem rumo diante dos caminhos da globalização e do excesso de conforto. Sinto que esse aspecto social é tão ou mais relevante do que o aspecto religioso envolvido. O religioso é causa, mas os filmes são sintomáticos.

É importante notar que a formação religiosa dos brasileiros é diferente e diversificada. Somos muitos e plurais. Nem todas as religiões brasileiras preveem catástrofes e juízos finais. E mesmo as cristãs são permeadas por uma leitura “popular” que acabou se mostrando bastante saudável. Parece-me que no Brasil se crê em tudo, que o mundo irá acabar e que inclusive ele não irá acabar, e não é estranho que o mesmo individuo acredite desacreditando das duas coisas ao mesmo tempo.

Como você analisa essa “saída” dos temas e figuras religiosos do domínio e do controle das religiões para a (re)criação livre por meio da arte, especialmente do cinema?

Desde o surgimento do cinema, os religiosos – aqui o termo é usado em sentido amplo – buscaram se apropriar do novo meio, e, inversamente, o novo meio buscou se apropriar dos assuntos religiosos para atrair determinado público para as salas de entretenimento. Um desejava usar como meio catequético e pedagógico, e o outro, como fonte de lucro através do entretenimento saudável.

Em estudo recente, pudemos perceber que esse embate foi extremamente positivo. Nem sempre foi um diálogo, mas sempre que possível este se estabeleceu. De um lado, tivemos religiosos e instituições religiosas que acabaram se tornando mais flexíveis, e, se tivermos em vista o século XIX, este acabou sendo um efeito bastante positivo, pois o produto midiático acabou por levar informações e opções visuais e teológicas às vezes mais próximas, às vezes mais distanciadas do saber tradicional, o que possibilitou nos diversos momentos uma discussão pública e massiva de temas que poderiam estar “estagnados” no interior dos templos e igrejas.

Ora, esses temas e assuntos, entrando para o domínio público, permitiram um maior diálogo da sociedade, uma maior opção de escolhas, maior diversidade de ideias, o que para nós sempre é positivo. Particularmente penso, que o processo de desculpabilização dos judeus pela morte de Jesus Cristo se iniciou pelo cinema, e creio que isso é um dado extremamente importante que não pode ser negligenciado.

O efeito disso é teologia. Como diz o teólogo Clive Marsh, basta falar sobre Deus e estamos fazendo teologia. Mesmo que isso não esteja na intenção do diretor ou produtor, vivemos numa sociedade de maioria cristã, fomos criados com esta ou aquela versão teológica, e não nos livramos dela, vivemos com ela e com pessoas que nela foram educadas. Então, um produto midiático qualquer que tenha assunto religioso sempre possui uma mensagem teológica, seja ela bem ou mal definida, ela sempre está lá. Esse é o construto final. A conseqüência dessa produção de teologia pelo cinema é que ela altera sutilmente a teologia tradicional. Mas isso não chega a ser um fenômeno negativo, pois produtoras de origem religiosa também produziram filmes e séries nos quais novas imagens cristológicas foram desenvolvidas, caso de “O Cristo Vivo”, da produtora Cathedral, de 1953.

A suposta “saída” desses assuntos do âmbito da religião há muito foi revertida. Nos últimos 20 anos, houve uma imensa produção de produtos midiáticos realizada por produtoras confessionais ou a elas ligadas. Existem centenas e centenas de títulos disponíveis em DVD, CD-Rom e na Internet, todos facilmente acessíveis para o público que se compraz nesse material. Além disso, a penetração dos religiosos no mundo televisivo vem crescendo a passos largos em escala planetária, inclusive no Brasil. Mas, curiosamente, esse avanço é silencioso, pois não se dá no âmbito cinematográfico.

Durante décadas, os avanços dos produtores, hollywoodianos ou não, no âmbito do assunto religioso foi pequeno, mas progressivo. Chegamos a uma grande liberdade no momento em que filmes como “Jesus Cristo Superstar” (Jewison, 1973) e “Godspell” (Greene, 1973) foram produzidos, no início dos anos 70. Mas, com certeza, os produtores de todos os tipos perceberam que essa liberdade tinha limites muito claros quando se fez um filme como “A Última Tentação de Cristo” (Scorsese, 1988). O fato dos produtores terem alcançado perante as leis o direito de tratar desses assuntos como bem entendessem não significou que pudessem efetivamente fazê-lo. Fizeram, mas em seguida recolheram-se, tanto é que a última experiência com Filmes de Cristo foi “A Paixão” de Gibson, que significou um grande retorno da tradição, e não da criatividade e inovação.

Em fins dos anos 50 e ao longo dos anos 60, tivemos o fenômeno do chamado “cinema autoral”, e junto dele, correndo lado a lado, o cinemanovismo. O cinema autoral, como já diz o próprio nome, é o trabalho de um autor, de um diretor que deseja deixar sua marca pessoal. Em geral, deseja fazer um filme-arte, dar a sua contribuição pessoal para a arte cinematográfica ou para a sociedade. Trata-se sobretudo da “opinião dele” sobre o assunto.

Com muitas idas e vindas, esse tipo de cinema conquistou adeptos e algum público. Mas uma das suas características mais marcantes foi a de ser um trabalho vinculado à critica. Crítica ao sistema de produção, crítica à sociedade, crítica às instituições. Um tipo de produção midiática que tem um público mais do que definido. Em geral, a população, ao menos a brasileira, se afasta deles com horror, são apenas classificados de “chatos”. De qualquer forma, é um tipo de produção que se deseja mais reflexiva, às vezes, apenas pretensiosa. Tivemos trabalhos de bastante valor que vieram sob a alcunha de cinema de autor, como foi o sempre citado “O Evangelho Segundo São Mateus” de Pasolini, de 1964. Esses filmes são de pessoas mais intelectualizadas e direcionados para um público mais intelectualizado, mesmo quando seus artífices desejaram direcioná-lo para o “povão”. Atualmente, as grandes produtoras já cooptaram o cinema autoral e sabem direcionar o que sobrou dele para o público que dele necessita.

Como comentei anteriormente, a minha perspectiva é a de um pesquisador voltado para a produção massiva, e aqui leia-se para as “massas”. Gosto bastante de um teórico clássico de cinema chamado Jean Mitry, que em seu livro “Estética e Psicologia do cinema” – que estranhamente não tem tradução para o português até hoje – fez uma afirmação muito marcante: “O cinema serve para emocionar”, causar emoções. Concordo plenamente com Mitry no que diz respeito ao cinema narrativo. É isso que o cinema massivo faz, e é isso que o público procura geralmente nas suas salas, emoções. Sejam elas de terror, riso, tristeza, alegria, ou de piedade: emoções. E, os filmes de assunto religioso que obtiveram maior sucesso e repercussão foram exatamente aqueles que tiveram a capacidade de emocionar positivamente o público.

Por outro lado, no Brasil, mesmo que indiretamente, a religiosidade sempre permeia as obras cinematográficas, com elementos e alegorias ao catolicismo e também do sincretismo religioso, como em “Central do Brasil”. Como você percebe a manifestação da religiosidade no cinema brasileiro?

Em geral, o cinema brasileiro fica longe das questões religiosas. Isso sempre me causou estranheza, já que a religiosidade neste país borbulha por todos os lados. Elementos religiosos diversos abundam nos filmes brasileiros, mas sempre como referência fragmentária e mal desenvolvida e, em geral, sem a pretensão mesmo de serem desenvolvidos. Aparecem como elementos de pano de fundo ou fazem parte efetiva das histórias contadas, mas não são o assunto. Normalmente, são apenas manifestações estereotipadas que pouco ou nada têm a dever às religiões que acabam citando. Acho que a forma como as religiões afro-brasileiras são mostradas nos filmes nacionais são um exemplo gritante disso. Algumas vezes mostradas de forma preconceituosa, como nos anos 50 até o anos 70, outras vezes apenas de forma estereotipada, como se fizessem parte de algum mistério ou guardassem traços de um filme de horror. No que toca ao cristianismo, geralmente é a estereotipação clássica: aparecem personagens carolas, padres levianos ou excessivamente moralistas.

As produções brasileiras de assunto religioso são recentes. E, acredito que razoavelmente bem sucedidas, como é o caso de “Maria, Mãe do Filho de Deus”, com a participação do Padre Marcelo Rossi, de 2003, e de “Irmãos de Fé”, sobre Paulo de Tarso, de 2004, também com a participação do religioso. No quesito sucesso, achei realmente muito bem sucedido o primeiro filme, pois conseguiu trazer para a tela elementos do catolicismo vividos pela população brasileira. Acho extremamente marcante a abertura do filme, na qual uma senhora canta uma melodia tradicional católica. Aquilo era verdadeiro, aquilo é tipicamente brasileiro. Aquela melodia chorosa, cantada naquele tom e daquela forma. A imagem de Jesus resultante do filme era brasileira. Um Jesus sorridente, afável, de gestos expansivos, claramente amigo dos amigos. Um Jesus que tocava as pessoas fisicamente e que era tocado por elas, e isso é muito nosso, botar a mão no outro, chegar perto. Nenhuma outra produção em nenhum lugar do mundo tem isso.

Outro filme marcante e que não teve a pretensão de ser religioso mas levou eficazmente a religiosidade brasileira para as telas foi o filme dos Trapalhões, “O Auto da Compadecida”, de 1987, em minha opinião, infinitamente superior à versão de Guel Arraes. O Jesus negro representado por Mussum é antológico, possui toda graça, leveza e seriedade que Jesus parece nos suscitar. E, novamente, isso é nosso, autenticamente nosso. Onde mais um Jesus Cristo num sorriso à provocação do protagonista do filme confessaria que era “crente”?

Nosso Deus parece estar distante das ameaças e carrancas do Deus de outros países, ele não desperta reflexão. Nos dois casos, ele denota exemplo e emoção. Coisa bem diferente das produções hollywoodianas e autorais.

A série “Decálogo” (1989), do diretor polonês Krzysztof Kieslowski, que será exibida na programação da Páscoa IHU 2010, apresenta adaptações livres dos Dez Mandamentos do Antigo Testamento. Como essa obra pode ser analisada a partir da relação cinema e religião?

Relativamente à questão cinema e religião, honestamente não buscaria enquadrar esses filmes nela. Minha perspectiva sobre filme religioso e das relações cinema e religião é bastante fechada, pois, tendo em vista as necessidades acadêmicas, necessitamos especificar muito claramente o objeto de estudo. Ora, um filme religioso ou de assunto religioso digno desse nome, precisa ter algumas características específicas, como:

  1. Tema ou assunto religioso, socialmente reconhecido como tal.
  2. A busca de despertar as emoções especificamente ligadas ao mundo religioso, como por exemplo: compaixão, arrependimento, esperança etc., desejam também fortalecer a fé dos seus seguidores, ou até mesmo despertá-la.
  3. Toda essa produção possui alguma forma de Teologia a ela vinculada, seja através de intenções claras, seja através dos pressupostos teológicos dos seus produtores. Não podemos perder isso de vista: toda produção de origem religiosa é um produto teológico.
  4. A participação de consultores religiosos em sua produção; ou vinculação a instituições de origem religiosa.
  5. A intenção da produtora ou do cineasta em fazer um filme que trate do sagrado.
  6. A conotação de “produto outro” diferenciado, “puro”, adequado.
  7. Garantia da qualidade moral do conteúdo do filme. Às vezes, essa garantia é dada por instituições religiosas, através de index, revistas, sugestões em paróquias, e outras indicações encontradas na propaganda dos filmes, quer sejam em seus trailers quer seja em seus cartazes.
  8. São “militantes”. Os filmes religiosos não causam indiferença; as pessoas gostam ou não gostam, aceitam ou rejeitam, qualificam ou desqualificam, mas eles pedem resposta. Primeiramente porque são feitos para atingir o público, e este sabe disso; por isso a resposta, “sim” ou “não” ou “tanto faz”, mas sempre há uma resposta social ou individual para essa produção. É um produto que podemos chamar, resguardadas as devidas proporções, de militante, pois nem sempre se trata de militância ostensiva e óbvia.

Por essa rápida caracterização podemos perceber de imediato que a obra do diretor não pertence ao Campo do Filme Religioso; até toca nele, dialoga com ele, mas a relação cinema e religião se trata de uma obra que tem de ser discutida por si mesma, mais ou menos à parte da produção massiva.

E aqui fica uma espécie de provocação, já que se pretende exibir e discutir esses filmes. A obra me parece uma tentativa de buscar relações éticas laicas que independam da religião, apesar de se utilizar dos Dez Mandamentos como inspiração. É uma busca de reatualizar o Decálogo para o contexto do autor em seu país. Parece-me distante da religião. São reflexões éticas. A ética é parte importantíssima da religião, mas o sentimento religioso se situa para além da ética. O sentimento religioso instaura uma ética, nunca o contrário.

A obra desse diretor está permeada de certo existencialismo contemporâneo, carregada de angustias existenciais e sociais. Não devemos fazer vistas grossas a essas angústias. São polonesas, e a maior parte delas, contemporâneas. Mesmo que gostemos de vê-las como “categorias universais”, será que da forma, e com o conteúdo, que são apresentadas elas nos cabem? Devemos tomar cuidado ao universalizarmos as angústias. Além do mais, algumas vezes, os Dez Mandamentos têm sofrido uma estereotipação muito grande. Num contexto cristão, eles necessitam estar sempre sob a ótica de Jesus Cristo, e o dele é um pensamento no qual a misericórdia prevalece sobre todas as restrições.

Para mim, os aspectos centrais de análise da obra não seriam a partir da proposta do diretor, mas eles devem estar postos na nossa recepção daquilo que ele fez. Se estamos tratando de religião e cinema, a primeira questão é: se trata de religião? De que religião trata? Para que serve a religião? Isso está lá? A segunda é a questão local: essas questões concernem a nós, brasileiros? Como o homem ou a mulher do povo brasileiro reagiria naquelas circunstâncias? Se a ética é uma das questões mais relevantes na produção – ela surge como um dado importante –, como é a ética do brasileiro? E aqui é uma pergunta sem julgamentos; trata-se de pensar como a ética do povo organiza suas relações. Será que a ética que o povo vive não é funcional? Pois este é um dado importante sobre a ética: ou ela é funcional ou ela não é, ela não serve. As relações éticas não vêm de cima pra baixo, elas sempre traduzem relações pragmáticas dentro de uma sociedade. E, mesmo distante dos meios e anseios acadêmicos e religiosos, elas estão em evidente movimento.

Nessa obra, afirma-se que o diretor transcendeu a esfera da moral religiosa, propondo uma discussão aberta sobre dramas humanos como amor, solidão, amizade, medo. Como o discurso religioso permeia o conjunto da obra?

Se o diretor transcendeu a esfera da moral religiosa, devemos nos perguntar se a obra interessa, então, para uma discussão na esfera religiosa. Mas isso nos leva a outra questão: como se faz para transcender a esfera da moral religiosa? Se a religião cristã já nos propõe uma ética que viria a nos libertar do medo, da solidão e das angústias, como é que existe algo que transcende isso? Se Jesus propõe a misericórdia e o perdão como pedras de toque em sua doutrina – e aqui falo também do autoperdão –, como uma obra que as vezes se limita à angústia pode ter transcendido a esfera da moral religiosa? Agora, se tratarmos de dogmatismo religioso, o assunto é outro. Talvez por isso o diretor tenha proposto uma discussão aberta. Mas pensemos no Brasil: qual dogmatismo que realmente funciona aqui? Historicamente, a nossa população leva ao desespero qualquer pregador dogmático.

Religion Among the Millennials

The Pew Forum – Feb. 17, 2010

Introduction and Overview

By some key measures, Americans ages 18 to 29 are considerably less religious than older Americans. Fewer young adults belong to any particular faith than older people do today. They also are less likely to be affiliated than their parents’ and grandparents’ generations were when they were young. Fully one-in-four members of the Millennial generation – so called because they were born after 1980 and began to come of age around the year 2000 – are unaffiliated with any particular faith. Indeed, Millennials are significantly more unaffiliated than members of Generation X were at a comparable point in their life cycle (20% in the late 1990s) and twice as unaffiliated as Baby Boomers were as young adults (13% in the late 1970s). Young adults also attend religious services less often than older Americans today. And compared with their elders today, fewer young people say that religion is very important in their lives.

Yet in other ways, Millennials remain fairly traditional in their religious beliefs and practices. Pew Research Center surveys show, for instance, that young adults’ beliefs about life after death and the existence of heaven, hell and miracles closely resemble the beliefs of older people today. Though young adults pray less often than their elders do today, the number of young adults who say they pray every day rivals the portion of young people who said the same in prior decades. And though belief in God is lower among young adults than among older adults, Millennials say they believe in God with absolute certainty at rates similar to those seen among Gen Xers a decade ago. This suggests that some of the religious differences between younger and older Americans today are not entirely generational but result in part from people’s tendency to place greater emphasis on religion as they age.

In their social and political views, young adults are clearly more accepting than older Americans of homosexuality, more inclined to see evolution as the best explanation of human life and less prone to see Hollywood as threatening their moral values. At the same time, Millennials are no less convinced than their elders that there are absolute standards of right and wrong. And they are slightly more supportive than their elders of government efforts to protect morality, as well as somewhat more comfortable with involvement in politics by churches and other houses of worship.

These and other findings are discussed in more detail in the remainder of this report by the Pew Research Center’s Forum on Religion & Public Life. It explores the degree to which the religious characteristics and social views of young adults differ from those of older people today, as well as how Millennials compare with previous generations when they were young.

Religious Affiliation

Compared with their elders today, young people are much less likely to affiliate with any religious tradition or to identify themselves as part of a Christian denomination. Fully one-in-four adults under age 30 (25%) are unaffiliated, describing their religion as “atheist,” “agnostic” or “nothing in particular.” This compares with less than one-fifth of people in their 30s (19%), 15% of those in their 40s, 14% of those in their 50s and 10% or less among those 60 and older. About two-thirds of young people (68%) say they are members of a Christian denomination and 43% describe themselves as Protestants, compared with 81% of adults ages 30 and older who associate with Christian faiths and 53% who are Protestants.

The large proportion of young adults who are unaffiliated with a religion is a result, in part, of the decision by many young people to leave the religion of their upbringing without becoming involved with a new faith. In total, nearly one-in-five adults under age 30 (18%) say they were raised in a religion but are now unaffiliated with any particular faith. Among older age groups, fewer say they are now unaffiliated after having been raised in a faith (13% of those ages 30-49, 12% of those ages 50-64, and 7% of those ages 65 and older).

Young people’s lower levels of religious affiliation are reflected in the age composition of major religious groups, with the unaffiliated standing out from other religious groups for their relative youth. Roughly one-third of the unaffiliated population is under age 30 (31%), compared with 20% of the total population.

Data from the General Social Surveys (GSS), which have been conducted regularly since 1972, confirm that young adults are not just more unaffiliated than their elders today but are also more unaffiliated than young people have been in recent decades. In GSS surveys conducted since 2000, nearly one-quarter of people ages 18-29 have described their religion as “none.” By comparison, only about half as many young adults were unaffiliated in the 1970s and 1980s.

Among Millennials who are affiliated with a religion, however, the intensity of their religious affiliation is as strong today as among previous generations when they were young. More than one-third of religiously affiliated Millennials (37%) say they are a “strong” member of their faith, the same as the 37% of Gen Xers who said this at a similar age and not significantly different than among Baby Boomers when they were young (31%).

Worship Attendance

In the Pew Forum’s 2007 Religious Landscape Survey, young adults report attending religious services less often than their elders today. One-third of those under age 30 say they attend worship services at least once a week, compared with 41% of adults 30 and older (including more than half of people 65 and older). But generational differences in worship attendance tend to be smaller within religious groups (with the exception of Catholics) than in the total population. In other words, while young people are less likely than their elders to be affiliated with a religion, among those who are affiliated, generational differences in worship attendance are fairly small.

The long-running GSS also finds that young people attend religious services less often than their elders. Furthermore, Millennials currently attend church or worship services at lower rates than Baby Boomers did when they were younger; 18% of Millennials currently report attending religious services weekly or nearly weekly, compared with 26% of Boomers in the late 1970s. But Millennials closely resemble members of Generation X when they were in their 20s and early 30s, when one-in-five Gen Xers (21%) reported attending religious services weekly or nearly weekly.

Other Religious Practices

Consistent with their lower levels of affiliation, young adults engage in a number of religious practices less often than do older Americans, especially the oldest group in the population (those 65 and older). For example, the 2007 Religious Landscape Survey finds that 27% of young adults say they read Scripture on a weekly basis, compared with 36% of those 30 and older. And one-quarter of adults under 30 say they meditate on a weekly basis (26%), compared with more than four-in-ten adults 30 and older (43%). These patterns hold true across a variety of religious groups.

In addition, less than half of adults under age 30 say they pray every day (48%), compared with 56% of Americans ages 30-49, 61% of those in their 50s and early 60s, and more than two-thirds of those 65 and older (68%). Age differences in frequency of prayer are most pronounced among members of historically black Protestant churches (70% of those under age 30 pray every day, compared with 83% among older members) and Catholics (47% of Catholics under 30 pray every day, compared with 60% among older Catholics). The differences are smaller among evangelical and mainline Protestants.

Although Millennials report praying less often than their elders do today, the GSS shows that Millennials are in sync with Generation X and Baby Boomers when members of those generations were younger. In the 2008 GSS survey, roughly four-in-ten Millennials report praying daily (41%), as did 42% of members of Generation X in the late 1990s. Baby Boomers reported praying at a similar rate in the early 1980s (47%), when the first data are available for them. GSS data show that daily prayer increases as people get older.

Religious Attitudes and Beliefs

Less than half of adults under age 30 say that religion is very important in their lives (45%), compared with roughly six-in-ten adults 30 and older (54% among those ages 30-49, 59% among those ages 50-64 and 69% among those ages 65 and older). By this measure, young people exhibit lower levels of religious intensity than their elders do today, and this holds true within a variety of religious groups.

Gallup surveys conducted over the past 30 years that use a similar measure of religion’s importance confirm that religion is somewhat less important for Millennials today than it was for members of Generation X when they were of a similar age. In Gallup surveys in the late 2000s, 40% of Millennials said religion is very important, as did 48% of Gen Xers in the late 1990s. However, young people today look very much like Baby Boomers did at a similar point in their life cycle; in a 1978 Gallup poll, 39% of Boomers said religion was very important to them.

Similarly, young adults are less convinced of God’s existence than their elders are today; 64% of young adults say they are absolutely certain of God’s existence, compared with 73% of those ages 30 and older. In this case, differences are most pronounced among Catholics, with younger Catholics being 10 points less likely than older Catholics to believe in God with absolute certainty. In other religious traditions, age differences are smaller.

But GSS data show that Millennials’ level of belief in God resembles that seen among Gen Xers when they were roughly the same age. Just over half of Millennials in the 2008 GSS survey (53%) say they have no doubt that God exists, a figure that is very similar to that among Gen Xers in the late 1990s (55%). Levels of certainty of belief in God have increased somewhat among Gen Xers and Baby Boomers in recent decades. (Data on this item stretch back only to the late 1980s, making it impossible to compare Millennials with Boomers when Boomers were at a similar point in their life cycle.)

Differences between young people and their elders today are also apparent in views of the Bible, although the differences are somewhat less pronounced. Overall, young people are slightly less inclined than those in older age groups to view the Bible as the literal word of God. Interestingly, age differences on this item are most dramatic among young evangelicals and are virtually nonexistent in other groups. Although younger evangelicals are just as likely as older evangelicals (and more likely than people in most other religious groups) to see the Bible as the word of God, they are less likely than older evangelicals to see it as the literal word of God. Less than half of young evangelicals interpret the Bible literally (47%), compared with 61% of evangelicals 30 and older.

On this measure, too, Millennials display beliefs that closely resemble those of Generation X in the late 1990s. In the 2008 GSS survey, roughly a quarter of Millennials (27%) said the Bible is the literal word of God, compared with 28% among Gen Xers when they were young. This is only slightly lower than among Baby Boomers in the early 1980s (33%) and is very similar to the 29% of Boomers in the late 1980s who said they viewed the Bible as the literal word of God.

On still other measures of religious belief, there are few differences in the beliefs of young people compared with their elders today. Adults under 30, for instance, are just as likely as older adults to believe in life after death (75% vs. 74%), heaven (74% each), hell (62% vs. 59%) and miracles (78% vs. 79%). In fact, on several of these items, young mainline Protestants and members of historically black Protestant churches exhibit somewhat higher levels of belief than their elders.

Young people who are affiliated with a religion are more inclined than their elders to believe their own religion is the one true path to eternal life (though in all age groups, more people say many religions can lead to eternal life than say theirs is the one true faith). Nearly three-in-ten religiously affiliated adults under age 30 (29%) say their own religion is the one true faith leading to eternal life, higher than the 23% of religiously affiliated people ages 30 and older who say the same. This pattern is evident among all three Protestant groups but not among Catholics.

Interestingly, while more young Americans than older Americans view their faith as the single path to salvation, young adults are also more open to multiple ways of interpreting their religion. Nearly three-quarters of affiliated young adults (74%) say there is more than one true way to interpret the teachings of their faith, compared with 67% of affiliated adults ages 30 and older.

Social and Culture War Issues

Young people are more accepting of homosexuality and evolution than are older people. They are also more comfortable with having a bigger government, and they are less concerned about Hollywood threatening their values. But when asked generally about morality and religion, young adults are just as convinced as older people that there are absolute standards of right and wrong that apply to everyone. Young adults are also slightly more supportive of government efforts to protect morality and of efforts by houses of worship to express their social and political views.

According to the 2007 Religious Landscape Survey, almost twice as many young adults say homosexuality should be accepted by society as do those ages 65 and older (63% vs. 35%). Young people are also considerably more likely than those ages 30-49 (51%) or 50-64 (48%) to say that homosexuality should be accepted. Stark age differences also exist within each of the major religious traditions examined. Compared with older members of their faith, significantly larger proportions of young adults say society should accept homosexuality.

In the 2008 GSS survey, just over four-in-ten (43%) Millennials said homosexual relations are always wrong, similar to the 47% of Gen Xers who said the same in the late 1990s. These two cohorts are significantly less likely than members of previous generations have ever been to say that homosexuality is always wrong. The views of the various generations on this question have fluctuated over time, often in tandem.

Roughly half of young adults (52%) say abortion should be legal in all or most cases. On this issue, young adults express slightly more permissive views than do adults ages 30 and older. However, the group that truly stands out on this issue is people 65 and older, just 37% of whom say abortion should be legal in most or all cases.

Interestingly, this pattern represents a significant change from earlier polling. Previously, people in the middle age categories (i.e., those ages 30-49 and 50-64) tended to be more supportive of legal abortion, while the youngest and oldest age groups were more opposed. In 2009, however, attitudes toward abortion moved in a more conservative direction among most groups in the population, with the notable exception of young people. The result of this conservative turn among those in the 30-49 and 50-64 age brackets means that their views now more closely resemble those of the youngest age group, while those in the 65-and-older group now express the most conservative views on abortion of any age group.

Surveys also show that large numbers of young adults (67%) say they would prefer a bigger government that provides more services over a smaller government that provides fewer services. Among older Americans, only 41% feel this way. Fewer young people than older people see their moral values as under assault from Hollywood; one-third of adults under age 30 agree that Hollywood and the entertainment industry threatens their values, compared with 44% of people 30 and older. And more than half of young adults (55%) believe that evolution is the best explanation for the development of human life, compared with 47% of people in older age groups. These patterns are seen both in the total population and within a variety of religious traditions, though the link between age and views on evolution is strongest among Catholics and members of historically black Protestant churches.

But differences between young adults and their elders are not so stark on all moral and social issues. For instance, more than three-quarters of young adults (76%) agree that there are absolute standards of right and wrong, a level nearly identical to that among older age groups (77%). More than half of young adults (55%) say that houses of worship should speak out on social and political matters, slightly more than say this among older adults (49%). And 45% of young adults say that the government should do more to protect morality in society, compared with 39% of people ages 30 and older.

GSS surveys show Millennials are more permissive than their elders are today in their views about pornography, but their views are nearly identical to those expressed by Gen Xers and Baby Boomers when members of those generations were at a similar point in their life cycles. About one-in-five Millennials today say pornography should be illegal for everyone (21%), similar to the 24% of Gen Xers who said this in the late 1990s and the 22% of Boomers who took this view in the late 1970s. Data for the Silent and Greatest generations at similar ages are not available, but data from the 1970s onward suggest that people become more opposed to pornography as they age.

Similarly, Millennials at the present time stand out from other generations for their opposition to Bible reading and prayer in schools, but they are less distinctive when compared with members of Generation X or Baby Boomers at a comparable age. During early adulthood, about half of Boomers (51%) and Gen Xers (54%) said they approved of U.S. Supreme Court rulings that banned the required reading of the Lord’s Prayer or Bible verses in public schools; 56% of Millennials took this view in 2008. Generation X and the Boomer generation have become less supportive of the court’s position over time, while the pattern in the views of the Silent and Greatest generations has been less clear.

More Information

For other treatments of religion among young adults in the U.S. and how they compare with older generations, see, for example, Souls in Transition: The Religious and Spiritual Lives of Emerging Adults by Christian Smith and Patricia Snell (2009) and After the Baby Boomers: How Twenty- and Thirty-Somethings Are Shaping the Future of American Religion by Robert Wuthnow (2007).

Download the appendix: Selected Religious Beliefs and Practices among Ages 18-29 by Decade (1-page PDF)

Download the full report (29-page PDF)

This analysis was written by Allison Pond, Research Associate; Gregory Smith, Senior Researcher; and Scott Clement, Research Analyst, Pew Forum on Religion & Public Life.